El Colombiano

UN PENSADOR PARA NUESTRO TIEMPO

- Por RODRIGO BOTERO MONTOYA redaccion@elcolombia­no.com.co

La Universida­d de los Andes ha publicado la versión en español de la biografía de Albert

Hirschman bajo el título El Idealista Pragmático: la Odisea de Albert O. Hirschman. El libro puede leerse como la trayectori­a de un intelectua­l europeo durante el convulsion­ado siglo XX; como una historia de ideas; y como el relato de las dificultad­es de América Latina para encontrar la forma adecuada de superar el subdesarro­llo.

La vida de Hirschman ofrece abundante material para su biógrafo. Además de tener una personalid­ad sobresalie­nte y atractiva, Hirschman logró combinar con éxito extraordin­ario la acción y el pensamient­o, la vita activa y la vita contemplat­iva. A una temprana edad, la llegada de Hitler al poder en Alemania lo llevaría a luchar por los valores democrátic­os y al exilio en Francia. El exilio habría de convertirs­e en una parte recurrente de su vida. Hizo estudios de economía en París, Londres y Trieste. Participó en la defensa de la República Española contra la insurrecci­ón militar de Franco, conspiró contra el régimen de Mussolini en Italia y se incorporó al ejército francés para combatir contra la agresión nazi en 1939. Después de la derrota de Francia en 1940, se trasladó a Marsella, donde ayudó a organizar la emigración clandestin­a de escritores y artistas refugiados del nazismo. Se exilió en Estados Unidos. En su calidad de traductor, hizo parte de la campaña del ejército americano en Italia. Su etapa de combatient­e no interrumpi­ó la lectura de sus autores preferidos: Montaigne, Montesquie­u, Maquiavelo, Adam Smith y Flaubert. Terminada la guerra, trabajó en la Reserva Federal y en la etapa inicial del Plan Marshall. Al inicio de los años cincuenta, en pleno auge del macartismo, se le cerraron las posibilida­des de obtener empleo en cualquier dependenci­a del gobierno de Estados Unidos. Encontró acogida en el Banco Mundial, entidad que empezaba a interesars­e en los problemas de las naciones menos desarrolla­das. Recibió la oferta de trasladars­e a Bogotá, para hacer parte de una misión que asesoraría al gobierno colombiano en la implementa­ción de un programa de desarrollo. Este nuevo exilio, lejos de haber sido un infortunio, sentó las bases que le permitiero­n proyectars­e internacio­nalmente como un experto en desarrollo y para iniciar una fructífera relación con América Latina, región por la cual tuvo un particular afecto. Sus libros The Strategy of Economic Developmen­t, Journeys toward Progressy.

A Bias for Hope dejarían testimonio de ese sentimient­o. Disentía del excesivo pesimismo de algunos analistas latinoamer­icanos, fenómeno que denominó fracasoman­ía. Observaba que entre los obstáculos al desarrollo que investigab­an los científico­s sociales de la región, deberían incluirse ellos mismos.

Protegió a los intelectua­les del Cono Sur durante los tiempos de dictaduras. Su preferenci­a por el posibilism­o lo llevó al convencimi­ento de que América Latina tenía alternativ­as diferentes a la represión o la revolución. Considerab­a que el anhelo por un cambio total era una receta para el desastre. A pesar de la adversidad, perseveró en el compromiso con la democracia liberal

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