“LA HORA DE LA VERDAD”, O DE LA INJURIA
Los radioescuchas de “La hora de la verdad” venimos oyendo, desde hace algún tiempo, cómo el director y locutor de ese programa, coreado por sus colaboradores, pone en tela de juicio la recta intención del Papa Francisco en sus actuaciones frente a la situación política y social de Venezuela y al conflicto entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc y cómo descalifica esas actuaciones y menosprecia y ofende al Pontífice.
En efecto, el director ha dicho, repetidamente que el Papa abandonó la misión de enseñar la buena nueva del Evangelio, a él encomendada, y la cambió por la política, lo que -según el director- no debe sorprender a nadie, por su proclividad hacia el comunismo y su estrecha relación con militantes de ese sistema.
Quienes -según las disposiciones de cada uno- amamos la Iglesia, nos sentimos adoloridos e indignados por el maltrato verbal infligido, repetidamente al Papa.
¿Acaso el director no aprendió que injuriar y desacreditar al prójimo son conductas radicalmente opuestas al cristianismo?, ¿y que aplicarlas al vicario de Cristo en la tierra agrava la situación, pues él es acreedor de especial reverencia?, ¿y que hacerlo por un medio de comunicación es escandaloso?
La lengua viperina del director de “La hora de la verdad” ciertamente hace daño a los oyentes del programa, tanto como el que causa con sus continuos insultos a in- tegrantes de colectividades políticas opuestas o, simplemente, distintas a la suya.
Sería de provecho, para el director, aprender y admitir que el poder de convicción de un argumento radica en su veracidad intrínseca y no en el intento de empequeñecer a la persona contra quien se esgrime.
Numerosas deben ser las personas, antes afectas al programa, que como yo, se han retirado de su audiencia, y los que lo abandonarán, en adelante, si el director no rectifica su orientación y ennoblece su estilo.
Mientras la mayoría de los colombianos estamos alborozados por la visita del Papa, el director se queda chapoteando en el lodazal del odio que rezuma por todos sus poros