Y EL PAPA NO SE DEJÓ MANGONEAR
Pero la enorme duda subsiste. En este país se ha sembrado una absurda proclividad al gatopartidmo: Que todo cambie para que todo siga igual como concluía el señor Lampedusa.
Lo esencial de los mensajes del Papa está en el carácter universal y la profundidad y en el esfuerzo por sostener el justo medio. Incluso el domingo a la hora del ángelus meridiano en Cartagena, en la radio abrieron una ligera expectativa porque Francisco dizque iba a dar una sorpresa. Pensé que tendría que variar el sentido de esta columna. Pero no. Se mantuvo en su punto frente a Colombia: Claro, contundente, muy por encima de las escaramuzas y pugnacidades de los sembradores de cizaña de todos los lados. Lo que hizo en la mitad de la jornada dominical fue condenar de nuevo “todo tipo de violencia en la vida política” en Venezuela.
El Papa fue pertinaz en su distancia crítica. No se dejó mangonear de los manipuladores descarados que todo lo reducen al cultivo de sus inte- reses ocasionales, ni permitió que el alcance de su palabra fuera recortado por mezquindades personalistas que porfían en su estrategia de tergiversaciones, marrullas y artificios politiqueros.
Por esos motivos, hoy, día de una suerte de guayabo pospontifical que nos hace sentir el vacío que deja la ausencia de un visitante muy grato, la sospecha de que va a seguir manifestándose la abominable contumacia en la malicia y la mala fe empieza a activar un razonable escepticismo sobre lo que va a pasar en nuestro país desde el momento en que el Papa emprendió viaje de regreso a Roma. No quisiera que fuera así.
Lo ideal sería si se escarmentara después de tanto tiempo de violencia, corrupción, indolencia, injusticia, minimización de la ética y relativismo irresponsable, que avergüenzan, y se obrara el prodigio de la justicia, la verdad, la reconciliación, revivieran los valores fundamentales y se produjera una transformación de convicciones y costumbres.
Pero la enorme duda subsiste. En este país se ha sembrado una absurda proclividad al gatopardismo: Que todo cambie para que todo siga igual, como lo concluía el señor Lampedusa. Muy juiciosos, muy devotos, ejemplares durante los cuatro días de presencia papal. Pero siempre con el temor por la restauración del antiguo escenario en que reaparecen los vicios y perversiones nacionales atávicos.
Con todo, la obvia actitud escéptica por el reconocimiento de un pasado tenebroso de errores y frustraciones puede empezar a modificarse. Son de tal magnitud la potencia, la claridad y el espíritu renovador de lo que nos ha dicho el Papa, lo ha expresado con tal generosidad y con tan buena voluntad, que habría que ser demasiado estultos y perversos como para no comprender que este país está obligado en definitiva a dar no sólo un paso sino, sobre todo, un salto hacia la justicia, el respeto a la dignidad y la convivencia en una casa común. ¿Será que ahora sí?