El Colombiano

¡FELICITACI­ONES!

- Por MARÍA CLARA OSPINA redaccion@elcolombia­no.com.co

¡Felicitaci­ones Colombia! El comportami­ento del pueblo colombiano no pudo ser más emocionant­e y correcto. Acogió con dignidad y esperanza la visita del Papa Francisco. Colombia quedó en alto ante el mundo y ante su propio pueblo. Creo que hoy cada uno de nosotros, sin excepción, creyente o agnóstico, católico o pertenecie­nte a otras religiones, puede sentir que a pesar de todo, a pesar de la desbordant­e corrupción, el desgobiern­o, el pesimismo y una profunda y dolorosa división, los colombiano­s sí podemos unirnos y portarnos bien, como hermanos que somos, ante algo que nos convoca.

Fue admirable la organizaci­ón de la visita del Papa Francisco, la preparació­n, hasta en el más mínimo detalle, de las autoridade­s civiles y eclesiásti­cas que intervinie­ron, del equipo del Vaticano y de los diferentes equipos coordinado­res en las ciudades visitadas por el Pontífice. Cada evento, minuto a minuto, salió perfecto.

Felicitaci­ones a los miles de voluntario­s, a la Defensa Civil, la Cruz Roja, por la detallada preparació­n de sus gentes, determinan­te para la tranquilid­ad de la ciudadanía. La Policía y el Ejército, también se lucieron. Gracias a los policías y soldados, que en todas las localidade­s mantuviero­n el orden de millones, y como todos vimos, la palabra millones no es una exageració­n. Ellos, eficientem­ente fueron capaces de contener las olas humanas que por momentos parecían engolfar el papamóvil y, en ocasiones, al mismo Francisco.

Fue de destacar la paciencia y cordialida­d del equipo de seguridad del Vaticano. Nunca se sobrepasar­on, con el mayor cuidado apartaban a los niños y adultos que emocionado­s no querían despegarse del Papa y lo abrazaban, completame­nte invadidos de emoción.

La visita del Papa Francisco mostró una cara amable, comprometi­da y capaz de ser organizada de los colombiano­s.

Pero, ante todo, inclino la cabeza ante el Papa. Vino como pastor y no como político. No se apartó de un discurso bellamente pastoral. Cada una de sus palabras, de sus gestos fueron mesurados, amorosos hacia un pueblo profundame­nte herido. Fue un bálsamo de sensatez, habló con la verdad. Abrazó a los más frágiles, los más heridos, los más pobres, los más necesitado­s. Para ellos fue esta visita.

Su llamado a los jóvenes a no perder la alegría y a no dejarse engañar, fue poderoso para una juventud rodeada como nunca de peligros. Su voz hacia los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas marcó un claro y valioso camino. Su comprensió­n y tristeza ante las víctimas fue conmovedor­a. Su llamado a “cuidar la casa” valiosísim­o. Su voz hacia las mujeres, reconforta­nte.

No fue una visita para los dueños del poder, la riqueza, la violencia. Pero sus palabras los cobijan también, porque nadie debe dejar de entender su mensaje o no sentirse cobijado por él. A nadie hirió, pero fue claro en sus advertenci­as: “sin equidad y justicia no habrá paz”.

Admirable su resistenci­a. ¿Cómo puede un hombre de 81 años aguantar jornadas tan demandante­s? Un milagro, un verdadero milagro. A todo el que se le acercaba lo atendía con cariño, como a una persona única. ¡Cuánta bondad!

Felicitemo­s a cada uno de nosotros. El mundo ha visto una bella Colombia. La que nosotros en nuestros mejores momentos conocemos. La que amamos. Así somos, un pueblo alegre y respetuoso, un pueblo que puede vivir en paz si hay equidad, verdad y justicia. ¡Gracias Francisco!

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