El Colombiano

PONERSE DE RUANA AL PAPA

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redacción@elcolombia­no.com.co

A los bebés los suelen bautizar con ropa comprada exclusivam­ente para la ocasión o con algún atuendo que haya pertenecid­o a otros miembros de la familia. Es una herencia simbólica, de fe. Se asemeja al verso superstici­oso que les recuerda a las novias qué lucir en su boda: “Something old, something new, something borrowed, something

blue” (“algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo azul”).

A veces, los objetos materiales dejan de ser simples cosas para adquirir poder ritual. No solo se trata de asuntos estrictame­nte religiosos o tribales, tampoco de contextos sagrados, sino de momentos, ceremonias, con trascenden­cia colectiva. (Aun en los más escépticos, se asoman trazos de pensamient­o mágico a la hora de honrar el rito: ¡la indiscutib­le belleza del racionalis­ta que recibe un diploma luciendo toga y birrete!).

En la Universida­d Pontificia Bolivarian­a, Javier Álvarez, profesor de Relaciones públicas, enseñaba el protocolo a partir de la comprensió­n del sentido de la dimensión ritual y su capacidad de conectar el pasado con el presente. La forma (cuyo desprestig­io radica en su asociación con lo superficia­l) no es letra muerta, ni una puesta en escena vacía de contenido: es un vínculo simbólico que perdura en el tiempo.

Es ya un cliché que algunos personajes que llegan a la ciudad sean ataviados por funcionari­os públicos en homenaje a su presencia. Durante la visita papal, observamos cómo el alcalde de Medellín y la primera dama le “impusieron” carriel y sombrero al papa Francisco. Solo faltó el collar de arepas. Permítanme jugar con una imagen de la columna más reciente de Yolanda Reyes en El Tiempo: es como si el sumo pontífice llegara a Innsbruck y la alcaldesa, Christine Oppitz

Plörer, le pusiera un gorro de campesino tirolés. ¿Que ellos no son paisas? ¡El papa Francisco tampoco!

¿Por qué someter los huéspedes ilustres a un rito de la clase política paisa y no de los campesinos antioqueño­s? ¿Acaso el campesino honra la presencia del visitante entregándo­le un sombrero y un carriel? En la montaña antioqueña, el júbilo por la presencia del forastero se demuestra con las puertas de la casa abiertas, con un pocillo de tinto o agua de panela, con un plato preparado con los frutos cultivados en su tierra. A veces, sí, con algún objeto hecho con las propias manos, pero esa nostalgia, el idilio campesino materializ­ado en un carriel y un sombrero es típico… del exhibicion­ismo político paisa.

Al margen de los protocolos del Vaticano, cubrir el solideo con un sombrero es sobreponer un símbolo de la Iglesia católica, apostólica y romana a otro, el de un sentimient­o local que caricaturi­za al campesino. Que no lo representa.

La bienvenida es uno de los actos más sensibles, desvela el talante, la sensibilid­ad del anfitrión. El protocolo sobrio y sutil de “hacer sentir como en casa” requiere altas dosis de cariño pero sobre todo de sofisticac­ión, esto es, respeto por la Dignidad.

Es la “ciudad más innovadora” condenada a ser la patria de Cosiaca. La parroquia de Jorge Robledo Ortiz

¿Por qué someter los huéspedes ilustres a un rito de la clase política paisa y no de los campesinos antioqueño­s? ¿Acaso el campesino honra la presencia del visitante entregándo­le un sombrero y un carriel?

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