PONERSE DE RUANA AL PAPA
A los bebés los suelen bautizar con ropa comprada exclusivamente para la ocasión o con algún atuendo que haya pertenecido a otros miembros de la familia. Es una herencia simbólica, de fe. Se asemeja al verso supersticioso que les recuerda a las novias qué lucir en su boda: “Something old, something new, something borrowed, something
blue” (“algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo azul”).
A veces, los objetos materiales dejan de ser simples cosas para adquirir poder ritual. No solo se trata de asuntos estrictamente religiosos o tribales, tampoco de contextos sagrados, sino de momentos, ceremonias, con trascendencia colectiva. (Aun en los más escépticos, se asoman trazos de pensamiento mágico a la hora de honrar el rito: ¡la indiscutible belleza del racionalista que recibe un diploma luciendo toga y birrete!).
En la Universidad Pontificia Bolivariana, Javier Álvarez, profesor de Relaciones públicas, enseñaba el protocolo a partir de la comprensión del sentido de la dimensión ritual y su capacidad de conectar el pasado con el presente. La forma (cuyo desprestigio radica en su asociación con lo superficial) no es letra muerta, ni una puesta en escena vacía de contenido: es un vínculo simbólico que perdura en el tiempo.
Es ya un cliché que algunos personajes que llegan a la ciudad sean ataviados por funcionarios públicos en homenaje a su presencia. Durante la visita papal, observamos cómo el alcalde de Medellín y la primera dama le “impusieron” carriel y sombrero al papa Francisco. Solo faltó el collar de arepas. Permítanme jugar con una imagen de la columna más reciente de Yolanda Reyes en El Tiempo: es como si el sumo pontífice llegara a Innsbruck y la alcaldesa, Christine Oppitz
Plörer, le pusiera un gorro de campesino tirolés. ¿Que ellos no son paisas? ¡El papa Francisco tampoco!
¿Por qué someter los huéspedes ilustres a un rito de la clase política paisa y no de los campesinos antioqueños? ¿Acaso el campesino honra la presencia del visitante entregándole un sombrero y un carriel? En la montaña antioqueña, el júbilo por la presencia del forastero se demuestra con las puertas de la casa abiertas, con un pocillo de tinto o agua de panela, con un plato preparado con los frutos cultivados en su tierra. A veces, sí, con algún objeto hecho con las propias manos, pero esa nostalgia, el idilio campesino materializado en un carriel y un sombrero es típico… del exhibicionismo político paisa.
Al margen de los protocolos del Vaticano, cubrir el solideo con un sombrero es sobreponer un símbolo de la Iglesia católica, apostólica y romana a otro, el de un sentimiento local que caricaturiza al campesino. Que no lo representa.
La bienvenida es uno de los actos más sensibles, desvela el talante, la sensibilidad del anfitrión. El protocolo sobrio y sutil de “hacer sentir como en casa” requiere altas dosis de cariño pero sobre todo de sofisticación, esto es, respeto por la Dignidad.
Es la “ciudad más innovadora” condenada a ser la patria de Cosiaca. La parroquia de Jorge Robledo Ortiz
¿Por qué someter los huéspedes ilustres a un rito de la clase política paisa y no de los campesinos antioqueños? ¿Acaso el campesino honra la presencia del visitante entregándole un sombrero y un carriel?