SEMBRANDO EN LA ESCUELA
¡Así es la vida! Mientras algunos se arrancan el pelo porque al Papa “lo disfrazaron” con carriel, sombrero y poncho en Medellín, símbolos característicos de nuestros campesinos, otros emprenden acciones para exaltar lo que ellos representan: Cultivar la tierra.
En una institución educativa de la ciudad, ubicada en una comunidad de muy escasos recursos económicos, una maestra de esas tan pilosas que el salón les queda estrecho, se ideó una manera de enseñarles a sus alumnos sin la monotonía de la tiza y el tablero. La profe Mónica, como le dicen sus alumnos, salida del molde de lo convencional, dicta sus clases en una huerta.
Uno de los objetivos para el año escolar de su curso, tercero de primaria, es hacer un proyecto: ¿Qué es? ¿Cómo se formula? ¿Cuál es la estructura? Y eligieron sembrar. Con el apoyo del rector, que mandó a hacer las eras y donó la tierra, el proyecto elegido ya da frutos.
En ese pequeño paraíso de cuatro eras, la profe encontró la forma de enseñarles a sus alumnos los contenidos que deben aprender durante el año escolar. Sin separar las áreas del conocimiento, sino de una manera integral y práctica, aprenden sembrando. Desde ciencias naturales se plantearon las combinaciones que necesitaban para las mezclas del compost que alimenta la tierra. Las cantidades y las situaciones problema, desde las operaciones matemáticas. En clase de español redactan el diario de campo, los niños saben qué es una introducción, por qué hay que introducir al lector en un tema, cómo se formulan las preguntas, cómo se plantea una hipótesis y cómo se llega a saber sI la hipótesis se cumple. Y así sucesivamente, cada materia se involucra en el cuento de la huerta hasta llegar a los resultados esperados.
Es un todo reunido en un solo proyecto que evidencia las distintas áreas del conocimiento y en el que la práctica no deja lugar al olvido. Pero, además, aprenden para la vida: Han aprendido a valorar la impor- tancia de los campesinos, que pasan días enteros bajo el sol y el agua y que a veces han perdido sus cultivos, como a los estudiantes se les perdió el de tomate, quemado por el sol (ensayo, error y volver a empezar). Entienden la importancia del trabajo en equipo, han fortalecido el don de la paciencia y saben perfectamente la diferencia entre perder e invertir tiempo. Asumen roles de liderazgo, tienen sentido de pertenencia y aprenden a establecer relaciones con el otro, además de generarles conciencia ecológica y amor por lo verde.
El trabajo en la huerta no solo ha servido para nivelar las energías de los estudiantes, que al contacto con la tierra parecen transformarse, sino que también ha servido para descubrir potencialidades y liderazgos. Excepto uno al que no le gusta ensuciarse las manos, todos han sido agricultores y algunos han logrado llevar el entusiasmo hasta sus casas, donde siembran en una olla vieja, en un pedazo de llanta, en botellas plásticas… en cualquier cosa que le ayude a respirar a este pobre planeta ahogado en la basura.
Hoy tienen cilantro, espinaca, cebolla, limoncillo, perejil y orégano, y de tanto en tanto hay fiesta: Recogen su cosecha y hacen una ensalada, una aromática, un consomé, o llevan ramas para la casa ¡y todos felices!
Pequeños primeros pasos que no solo darán grandes resultados, sino que invitan a ser copiados, sin pena ni castigo
La profe Mónica se ideó una manera de enseñarles a sus alumnos sin la monotonía de la tiza y el tablero.