LAS DIVISIONES Y DISIDENCIAS EN FARC
Mientras que en Guaviare las comunidades denuncian que al Gobierno Nacional le quedó grande la seguridad del territorio, en especial por la presión, los atropellos y los asesinatos cometidos por el frente primero —disidente de los acuerdos con las Farc—, desde Bogotá y La Habana se emiten cartas que confirman que la fuerza política “revolucionaria del común” está dividida y que hay corrientes adentro que aún se resisten a aceptar la desmovilización.
Se trata de dos escenarios que parecen distantes en la geografía, los intereses y los protagonistas, pero que pueden superponerse en las dinámicas imprevisibles que ha mostrado el conflicto armado colombiano en el tiempo: ex guerrilleros del EPL y del ELN al mando de escuadras para- militares de las AUC, aliados de Don Berna y enemigos de Don Mario al mando de facciones del Clan del Golfo y La Oficina reclutando a viejos y curtidos milicianos y ex policías en Medellín.
¿Quién puede garantizar que la disidencia de las Farc no va a crecer, si el Gobierno Nacional no la frena a tiempo y si además les incumple los plazos y compromisos a los guerrilleros que entregaron las armas y que hoy intentan adaptarse a la civilidad y la legalidad? ¿Es muy traído de los cabellos pensar que hay (o habrá) algún nivel de comunicación entre disidentes y algunos jefes y bases hoy vinculados al posconflicto? Si se queja Rodrigo Londoño, antes Timochenko, de que hay quienes desde dentro de las Farc en la política quieren “joder el proceso”, hay que pensar en que esos mismos personajes pueden tener en el bolsillo las llaves de un Plan B: volver a las armas y al narcotráfico, al que las disidencias advierten abiertamente que no van a renunciar.
Por ahora, estos escenarios proyectados no parecen encajar. El país retoza envuelto por la esperanza del perdón, de la reconciliación y de la paz. La disidencia de las Farc, que apenas agrupa a 500 hombres en dis- tintas regiones, en especial las de cultivos ilícitos, no resulta una amenaza para el Gobierno Nacional que apenas lanza los bramidos de siempre: “si no se acogen a la legalidad serán combatidos y neutralizados”. La salida de escena de Hum
berto de la Calle y de Sergio Jaramillo de la conducción del proceso abrió grietas enormes en la capacidad de gestión del Gobierno. De orden conceptual y ejecutivo. De claridad discursiva y de implementación en la marcha. No es que debieran ser eternos sino que sus reemplazos no se notan a la altura del reto y las circunstancias.
Que la zona de confort del desarme no se convierta en una nueva amenaza para lo construido, porque en este país armas, hombres y coca se recogen todos los días
Que la zona de confort del desarme no se convierta en una amenaza más para lo construido.