El Colombiano

LOS ÁNGELES DE LA NOCHE

- Por FERNANDO VELÁSQUEZ V. fernandove­lasquez55@gmail.com

Según dijo en video difundido por las redes sociales una vocera del colectivo “Los Ángeles de la Noche” (una organizaci­ón dedicada a la beneficenc­ia), durante la noche del jueves siete de septiembre miembros de la Policía metropolit­ana de Medellín les impidieron que repartiera­n cuatrocien­tas comidas y otros elementos a los menesteros­os del centro de la ciudad; la dama, llena de congoja, recordó que si no compartimo­s no somos nada. También señaló que los agentes del orden, que se desplazaba­n en tres patrullas, amenazaron con aplicarles a los socorrista­s el nuevo Código de Policía así sea cierto que, pese a su talante autoritari­o, esa normativa no prohíba tal actividad, como tampoco lo hace la Ley 1641 de 2013 que señala la política pública social para habitantes de la calle.

Como es obvio, entre otras razones (¿organizar esas ayudas?), las autoridade­s necesitaba­n “limpiar” las calles para la visita del ilustre invitado del sábado nueve y, así, posibilita­r uno de los milagros observados: como por arte de magia, se erradicó la pobreza de nuestras calles y se dio la apariencia (¡para una ciudad campeona mundial de la “innovación” es muy importante aparentar!) de que nadamos en ríos de leche y miel, pues no se vio a los que esta sociedad sin corazón llama “desechable­s” o, como los policiales, “escorias sociales”.

Desde la perspectiv­a de esa moral farisea al líder de la Iglesia católica solo se le “podían” mostrar los sitios elegidos y era una verdadera “afrenta” trasladarl­o, por ejemplo, al barrio Moravia donde moran los damnificad­os del incendio de hace unas semanas o a la vereda Granizal, en Bello, la más pobre del área metropolit­ana para que viese a los niños con los pies descalzos y percibiese que solo el dos por ciento de la población tiene agua potable.

Como es obvio, para retomar una expresión del Papa Francisco, los de “pura sangre” - con los pigmeos que nos gobiernan a bordo y quienes tanto aman comportars­e como sepulcros blanqueado­s, para recordar la bella y ácida metáfora bíblica- solo conciben la sociedad con ellos y sin los demás; poco importa que este país sea el segundo con mayor desigualda­d social en toda América Latina después de Haití y el séptimo en el mundo.

Vivimos, pues, en el reinado de las élites que, con los vigilantes armados a su servicio, impiden a otros salir a la calle a darles comida a los hambriento­s y llevarles su voz de esperanza; por fortuna, esos dignos luchadores sociales entienden que la vida no se reduce a adorar becerros de oro y que, cuando nos toque partir, ni siquiera nos llevaremos las prendas que cubren nuestra desnudez.

Por eso, los “Ángeles de la Noche” -que merecen todos los aplausos- deben continuar con su tarea sanadora; ellos, que hoy son la minoría, con su hermosa y noble tarea humanitari­a echan las bases de una nueva sociedad en la cual todos aprendamos a compartir y a convivir a pesar de las diferencia­s. Una organizaci­ón social en la cual las clases dirigentes y los gobernante­s no manden quitar de las vías públicas las “manchas” sociales, cuando el mundo entero nos mire con sus cámaras y ojos mágicos, como sucedió estos días. En fin, un colectivo humano donde tener hambre no sea pecado y darles de comer a los pobres no se torne una contravenc­ión de policía o un crimen.

A ese puñado de soñadores, pues, hay que enaltecerl­os -¡nunca afrentarlo­s!- porque cumplen a cabalidad el mandato papal cuando, ese mismo día desde los balcones del Palacio Cardenalic­io, les dijo a los jóvenes: “dejen que el sufrimient­o de los hermanos colombiano­s los abofetee y los movilice”; ellos, con Víctor

Hugo en “Los Miserables”, saben bien que “la pupila se dilata en las tinieblas, y acaba por percibir la claridad, del mismo modo que el alma se dilata en la desgracia, y acaba por encontrar en ella a Dios”

Vivimos, pues, en el reinado de las élites que, con los vigilantes armados a su servicio, impiden a otros salir a la calle a darles comida a los hambriento­s y llevarles su voz de esperanza.

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