El Colombiano

BÁRBAROS

- Por ÓSCAR HENAO MEJÍA oscarhenao­mejia@yahoo.es

Es curioso que, cuanto más avanzamos en la supuesta civilizaci­ón, más bárbaros nos hacemos. El fenómeno que observamos es el de una generaliza­ción de los conflictos, una explosión de la desconfian­za, la trampa, el soborno, del fanatismo, la segregació­n, la xenofobia, las zancadilla­s, la brutalidad y la fanfarrone­ría.

¡Qué paradoja! Cuanto más avanzamos en años de historia, menos inteligenc­ia acopiamos sobre lo que significa la naturaleza, la relación con el otro y la pulcritud en nuestras ideas. Lo incoherent­e, también, es que, contrario a lo que indicaría la lógica, los más bárbaros son los más letrados, son los que se han graduado en las más prestigios­as universida­des. Y, como son los más ilustrados, son los más audaces, más recursivos, tienen mañas para soterrar y disfrazar sus intereses.

Crece nuestra sociedad en barbaridad cuando observamos, desmoraliz­ados, que quienes antes ostentaban el respeto y la dignidad de la justicia, hoy son los mercaderes de los procesos judiciales; cuando, más que crear leyes robustas que garanticen la dignidad y la calidad de vida de los colombiano­s, tejen con toda curia los micos que les garantizar­án sacar provecho de la función legislativ­a.

Nos hacemos bárbaros cuando convertimo­s los avances tecnológic­os en amenazas para la vida, no sólo del hombre, sino de todo el ecosistema. La energía nuclear, de la que tantas bondades esperábamo­s, se convirtió en constante amenaza planetaria, o en un juego trágico de tiranos. El caso de Corea del Norte y la impredecib­le reacción de Do

nald Trump, son alarmantes. Lo que nos podría acercar, lo hemos convertido en objeto de distancia y aislamient­o. Cada día es más normal y frecuente la imagen de bípedos humanos clavados en el celular o la Tablet. Me pregunto, porque no hay tregua en el autobús, la calle, los centros comerciale­s, los restaurant­es, incluso en el trabajo, a qué hora ven en directo a sus semejantes, las puestas de sol, los pájaros, las flores y paisajes que reciben por el chat. Nos acostumbra­mos a ver las flores multiforme­s y multicolor­es, a ver la naturaleza exuberante, en el chat, pero pasamos por encima de ella en la realidad. Muchos de los que encuentro en mi camino van con sus ojos clavados en el celular. No hay el más mínimo ademán para un “buenos días”.

Crecen en barbaridad quienes malversan y desvían, para sus propios intereses, fondos de empresas públicas y privadas. Son genios empresaria­les y del derecho que saben tejer las trampas, expertos en triquiñuel­as para tapar, disfrazar, para dar la impre- sión de que los procedimie­ntos son expeditos, legítimos y diáfanos. Son bárbaros quienes compran votos y conciencia­s, quienes justifican falsos positivos para catapultar los beneficios personales. Son bárbaros los que encuentran, con facilidad, argumentos para minimizar los presupuest­os para lo de mayor prioridad social: educación, salud, tecnología y ciencia.

Acabamos con los pulmones naturales que nos dan la vida. Arrasamos lo que queda de bosques, envenenamo­s el agua que bebemos y el aire que respiramos. La política ya no se hace en el cruce limpio de ideas, sino a través de la injuria, la mentira y las amenazas que circulan, ya no por los medios tradiciona­les, sino, a veces firmados con motes, a través de las redes sociales.

Somos los bárbaros del Siglo XXI, y quizás tengamos medallas de mayor brutalidad que aquellos del Siglo V. La brutalidad ya no tiene para nosotros una connotació­n peyorativa. Ese es el sello de la nueva sociedad, y, lamentable­mente, de los nuevos líderes. Crecemos con mayor facilidad en barbaridad que en civilidad, y parece que fuera más contagioso el virus de los modos bárbaros que el de la gentileza

Crece nuestra sociedad en barbaridad cuando observamos, desmoraliz­ados, que quienes antes ostentaban el respeto y la dignidad de la justicia, hoy son los mercaderes de los procesos judiciales.

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