ÉTICA Y COMPETENCIA
A lo largo de la historia la pertenencia a una clase social alta, o a una identidad política o religiosa, ha sido suficiente para garantizar a un político la posibilidad de gobernar, independientemente de sus competencias.
La historia y la interpretación de los acontecimientos permitieron que fuera así. Crecí en Italia durante la Guerra Fría, un país católico donde la influencia del Vaticano ha sido históricamente determinante para formar el destino político del país de la posguerra. En aquellos años, existía la paranoia colectiva de que el comunismo se tomaría el poder. Era tanto el miedo que amigos de mi familia compraron una casa en Suiza, país neutral, en la eventualidad de que el partido comunista llegara al poder.
En ese clima político y cultural era normal que los obispos tuvieran la última palabra sobre la lista de candidatos que aspiraban a ser elegidos. Recuerdo que el secretario de la Democracia Cristiana de mi región antes de anunciar a los candidatos visitaba al obispo para recibir el visto bueno. No hace falta decir que los católicos durante la Guerra Fría tenían la obligación de votar por la Democracia Cristiana. Era casi un dogma de fe.
Por eso, en aquel tiempo era suficiente ser un “buen cristiano” y tener la bendición del cura o del obispo para llegar a ser alcalde, gobernador o ministro. Poco importaba si uno era un inepto para gobernar. Tampoco importaba si se era un político corrupto o alguien a quien no le avergonzaba ser elegido con los votos de la Mafia. Lo importante era que fuese católico.
La paranoia del comunismo, entrelazada con la lógica de la pertenencia, justificó la corrupción que, cuando cayó el muro de Berlín, fue destapada por los fiscales de Milán en la operación “Manos Limpias”. Considero que Colombia hoy está viviendo un momento histórico parecido al de Italia cuando terminó la Guerra Fría. Los acuerdos de paz y la desaparición de las Farc como insurgencia ar- mada, eliminan la justificación de una política radicada en la lógica de la pertenencia.
Por eso considero que hoy la competencia, o sea la capacidad de gobernar, se tiene que imponer como un criterio fundamental al escoger por quienes votar. Esta competencia, junto a un programa político que favorezca la inclusión social, y un rigor ético absoluto, deberían ser los criterios que los ciudadanos usen para elegir.
Porque hay una relación estrecha entre la dimensión éti- ca y la dimensión, por así decirlo, técnica. De hecho, la dimensión ética no puede ser subalterna de la dimensión técnica, ni puede ser excluida en nombre del pragmatismo (aquel pragmatismo, por ejemplo, que en nombre de la seguridad ha justificado la violencia paramilitar y la alianza con el narcotráfico). Pero la dimensión ética no puede marginalizar a la competencia técnica porque eso lleva a los extremismos y al sectarismo, que también han justificado la violencia en Colombia.
Mirando la larga lista de candidatos presidenciales, no faltan los que han construido su poder a punta de clientelismo. Pero hay también algunos candidatos que han demostrado saber conjugar ética y competencia. Colombia tiene hoy opciones para cambiar el panorama político, si los ciudadanos así lo quieren
Colombia hoy está viviendo un momento histórico parecido al de Italia cuando terminó la Guerra Fría.