El Colombiano

Conversaci­ón con Darío Jaramillo sobre las letras y el olvido

El antioqueño, uno de los grandes escritores colombiano­s, recibió el Premio Nacional de Poesía 2017.

- JOHN SALDARRIAG­A

La capacidad de olvidar y gozar del olvido son dos cualidades de Darío Jaramillo Agudelo. En una época en la que la memoria goza de tanto prestigio, él cree que dejar ir los recuerdos también ayuda a vivir.

El ganador del Premio Nacional de Poesía 2017, galardón recibido la semana pasada, es uno de esos escritores extraños, que no sufren de soberbia. No cree en las loas que le echan por su poesía ni por su narrativa, ni adopta una pose artificial, pedante, por su condición de intelectua­l.

Cuenta que hace lo mismo que todo el mundo: se levanta de la cama cada mañana, se baña y desayuna. Lee, sale a dar un paseo o a veces no hace nada, como todo el mundo.

Por ser el personaje cultural de la semana, hablamos con este escritor antioqueño, nacido en Santa Rosa de Osos el 28 de julio de 1947.

¿Cómo era su vida en Santa Rosa de Osos?

“En Santa Rosa aprendí mis primeras letras, las mismas que sigo usando. Viví allí hasta los siete años. Y, claro, tengo algunos recuerdos de esos años, envueltos en olvidos. Un abuelo me contaba cuentos, como el de Los tres deseos y los que aparecen en El testamento del paisa, que los había aprendido en una mina. Recuerdo la plaza y los hermosos colores que uno no vuelve a ver en la vida después de esa edad”.

¿Cuáles fueron sus primeras influencia­s literarias en la familia y en el municipio?

“En mi casa, mi papá leía poemas. Le gustaba la literatura clásica, como los libros de Santa Teresa y Garcilazo. Tuve un libro: los cuentos ilustrados de Rafael Pombo, que es como la prueba de que uno es colombiano: ‘recite a Pombo’, le deberían decir a uno para comprobar su nacionalid­ad... Y también hacíamos muchos juegos de palabras, adivinanza­s que son tan divertidas. Tuve un juego de lotería con el que aprendí las letras. Esas cosas me marcaron”.

Pronto se trasladó a Medellín a estudiar. ¿Dónde?

“En el colegio San Ignacio. Y como por un tubo, muy pronto me sacaron, en 1965, cuando terminé el bachillera­to”.

Y de una vez se fue a Bogotá. ¿Se fue para allá por eso que piensan muchos: que para ser visible como escritor debe estar en la capital?

“No, no. Yo ni siquiera me creo escritor. No fue por eso. La razón es que quería irme de la casa. En la casa me apoyaron porque solo en la Universida­d Javeriana podía estudiar Derecho y Economía al mismo tiempo”.

¿No se cree escritor? Escribe poemas, relatos, novelas. ¿Entonces qué es?

“He sido siempre como un aprendiz del ritmo. No me comprometo con plazos para terminar un libro”.

¿Por qué decidió estudiar esa carrera, Economía y Derecho, que parece tan distante a la creación literaria?

“Me pasa que nunca he tenido pasión por la Economía y el Derecho. Pero como de mi verdadera vocación, la escritura, no podía vivir, entonces vivía de eso que estudié y por muchos años, mientras trabajé, fui escritor de fines de semana”.

Abogado y economista de la Javeriana de Bogotá. Esta carrera le ha servido, tal vez, para aplicar la economía del signo lingüístic­o. ¿La ha ejercido?

“Claro que me ha servido. Trabajé por más de veinte años como subgerente cultural del Banco de la República. Allí debía aplicar lo que estudié. Fue un trabajo muy grato. En él me jubilé. El estudio me servía, más que todo, para no dejarme cañar de los funcionari­os. Yo tenía que saber de qué me estaban hablando. En ese cargo tuve que aplicar las teorías de administra­ción que aprendí. Pero la economía pura, no. Los modelos económicos son abstractos”.

Hizo parte del consejo de redacción de la revista de poesía Golpe de Dados, de Mario Rivero. ¿Fue amigo de este poeta envigadeño?

“A Mario lo conocí en Bogotá al principios de los 60; no en Medellín. Yo estaba muy joven. Eso fue mucho antes de que surgiera Golpe de Dados que fue en 1975. Lo conocía, pero no era muy amigo de él. Mario Rivero ponía en la lista del Consejo de Redacción de la revista a un grupo de amigos, pero él decidía todo. Eso era una monarquía absoluta. Recibía ideas, sí, pero él tomaba las decisiones de su revista”.

Los gatos

Es conocida la afición de Darío Jaramillo Agudelo por los gatos. Tiene un libro de poesía titulado Gatos y está dedicado a estos felinos. Uno de los poe-

mas del volumen dice: La luna dora los techos. Inesperada­s, aparecen las sombras de los gatos. Son tan sigilosos que son solamente sus sombras. Ellos ven todo sin ser vistos y todo debe estar quieto mientras se mueven

para que ellos puedan sentirse inmóviles,

los gatos, sus sombras.

¿Tiene también afición por los perros, los caballos, las vacas y las gallinas?

“Los gatos, los humanos, los pájaros... Muchos animales me gustan. Pero, ¿decir que tengo una mascota? No. No puedo, porque viajo mucho y dejarla sola sería un acto de crueldad. Además, un perro, por ejemplo, necesita correr en una manga y yo vivo en un apartament­o. Me parecen bonitos los animales, pero no vivo con ellos. Creo que quienes piensan que todos los seres de la Naturaleza están al servicio del hombre están en una equivocaci­ón”.

¿Cómo calificarí­a a los integrante­s de la Generación sin nombre a la que pertenece? La integran, entre otros, Giovanni Quessep, Miguel Méndez Camacho, Elkin Restrepo, Fernando Garavito, José Manuel Arango y Jaime García Maffla.

“Mi generación es la primera que dejó de ser de grupos. Antes se reunían en los cafés; hoy, en los talleres. Pero la mía es la primera que estaba integrada por personas diferentes, que escribían diferente. Se agrupa en una generación porque teníamos más o menos la misma edad, estábamos en la universida­d por el mismo tiempo y escribíamo­s versos.

Al contrario del Nadaísmo, por ejemplo, que sus integrante­s tenían una gran unidad: hasta escribían manifiesto­s. Nosotros fuimos los primeros en ser distintos, como si cada uno fuera un vidriecito de distinto color.

Fuimos la generación de los Beatles, los Rolling Stones. Inauguramo­s la salsa, en 1967, que es de una época pero se eternizó porque es buena. Es mi religión”.

¿Se les dice también los de la Generación del Desencanto? ¿De qué estaban desencanta­dos?

“Eso es un rótulo vacío y sin sentido que inventaron algunos, tal vez con fines publicitar­ios”.

Luego de esta respuesta, pienso: tiene razón: en la obra de Darío, por ejemplo, hay elementos distintos a ese, como el del otro que habita su cuerpo, mira por sus ojos y se expresa con sus palabras. Aparece claro en Poemas de amor:

Ese otro que también me habita, / acaso propietari­o, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,/ ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,/ ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio/ esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,/ eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,/ el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólic­o y el inmotivada­mente alegre,/ ese otro,/ también te ama.

La música aparece en algunas de sus obras. Por ejemplo, en Cartas cruzadas hay un homenaje al jazz.

“Excepto los géneros de los adolescent­es, como el reguetón, la música toda me interesa, desde Bach hasta Daniel Santos”.

¿Cómo es su vida cotidiana?

“No hago nada. La nada es tan grande, que todavía me queda mucho por hacer en ella. Dormir. Me gusta levantarme tarde, después de que me jubilé, pero a veces no puedo. Leer mucho. Viajar mucho también. Iré a Medellín al Festival de Gabriel García Márquez, a la Feria del Libro de Manizales. Hay una temporada del año en que viajo mucho”.

¿En otras no?

“No, porque una pasión mía es leer novelas largas, de mil páginas o más, como las de Alejandro Dumas. Me agrada leer y leer sin parar. Los libros que uno lleva a los viajes para leer en los hoteles son cortos”.

¿Suele venir a Medellín?

“Cada mes voy a visitar a mi madre. Me quedo tres días o una semana. Asisto a una reunión de amigos que se llama El Club del Helado y, de resto, me encierro en casa de mi mamá a leer novelas largas

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FOTO ESTEBAN VANEGAS Darío es editor de y

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