El Colombiano

PREOCUPACI­ONES DE MARTÍN SOBRE LA MOVIDA CULTURAL

- CARLOS VELÁSQUEZ MARTÍN NOVA

“Creo que en Colombia sí hay crítica especializ­ada, me parece que no hay unos nombres tan fuertes que retroalime­nten a los artistas, pero me preocupa más la ausencia de medios para ella. Hoy son digitales, pero los masivos deberían darle más espacio a la cultura. Hoy no existen, y la razón es que no se lee, pero es

mos años luego de cerrar su consultori­o. Allí, en ese patio que conectaba con la piscina, mantuvo su equipo de dentisterí­a y su silla para recibir a sus pacientes más fieles”.

–No entrevistó a Leonel, pero sí a su abuela. ¿Qué tal?

–Cero difícil. Ella estaba un poco enferma en esos días, pero eran enfermedad­es que iban y venían. Ese día estaba respirando mal, pero conversamo­s rico. Fue un fin de semana que llegué a la casa a visitarla. Quería entrevista­rla desde antes, y esa vez empecé a hablar con ella y terminé haciéndole unas preguntas que dije, la voy a grabar, y saqué el celular. No era una entrevista, sino más una conversaci­ón de abuela con nieto, de preguntas que yo quería hacerle. Ella se murió a las dos semanas, y si yo hubiera sabido que se iba a morir tan pronto, hubiera hecho otras preguntas, porque ella era supremamen­te profunda. Hubiera sido muy distinto. También pensé en hacerle una entrevista virtual a mi abuelo, pero tampoco lo hice porque prefiero dejarlo en manos del lector.

–La muerte estuvo ahí. No entrevistó a su abuelo, su abuela se murió dos semanas después de la conversaci­ón y, de hecho, cuando iba a encontrars­e con Gloria Zea le dijeron que estaba enferma, y eso lo asustó: no dejar perder ningún testigo. De los entrevista­dos ya se fueron Alberto Sierra y María Helena...

–A mí me interesa mucho la memoria, de dónde venimos, de dónde vienen las cosas. La famosa memoria histórica hoy tan cuestionad­a y que se dice mucho que a veces sirve es para fines de personas puntuales. Por eso nace el libro. Yo quería dejar la memoria oral de personas tan importante­s para el mundo del arte, de muchas edades. Llegó un momento, en el que si yo dejaba pasar más tiempo, ya no estarían. Por ejemplo Alberto Sierra, si no hablamos en diciembre, ya no hubiera sido posible. Yo a él lo perseguí, entre comillas, pusimos la cita dos o tres veces y la cancelamos por salud, hasta que al final la hicimos, pero fue su última entrevista, y lo que dice él creo que es que es lo del huevo y la gallina, no hay lectura porque no hay lectores, ni lectores porque no hay escritos para leer. Sí creo que hay una misión de los medios de responsabi­lidad social porque la cultura es muy importante para un pueblo. Debería haber más espacio, no solo para crítica, sino para la cultura en general”. importante. Entonces es la memoria oral, cada uno desde su punto de vista. Ahora, no existe una verdad única, cada uno tiene la suya, sus recuerdos, y pueden ser opuestos al del otro, aunque sea el mismo hecho. Sobre las Bienales de Coltejer, unos recuerdan el número de espectador­es, lo grandes que fueron internacio­nalmente; otros, la fiesta que hubo una noche.

–Le pasa con sus primos, dice que estos son sus recuerdos de sus abuelos, de la casa, de la Taberna del Ahorcado. Ellos tendrán otros.

–Es eso mismo, cada uno se acuerda de su realidad. Un poco lo que dice García Márquez, “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. Yo a veces decía, para qué estoy escribiend­o esto, para nadie. Esto me interesa a mí, pero no importa, ahí está escrito. Es la memoria de mi niñez, de la casa de mis abuelos, de mis abuelos, y qué hay más bonito que las memorias de un niño. –¿Cómo fue recordar? –Yo escribo porque me pareció interesant­e mirar mis recuerdos, también para que mi hija después lo lea. Esa casa era muy bonita, muy especial con el arte, y la gente que la conoció no se olvida de ella. Era un museo y se sentía el arte en todas partes, yo quería contar eso, y no que que fuera un libro solo de entrevista­s, de la 1 a la 32, como hay tantos. Dije no, voy a meterle un sello mío, a escribir un recorrido, mi recuerdo, contar por qué escribí el libro. Por eso, yo escribí lo que vi cuando estaba en la entrevista. Me gustan mucho los espacios. En esta oficina ves más o menos que a Martín le interesa el medio ambiente, las instalacio­nes, el tema digital. Uno más o menos se da

una idea de la gente por el espacio en el que está, y yo aquí tuve la oportunida­d de entrevista­r a la gente en su espacio, a casi todos, con dos o tres excepcione­s, en su casa, en su sala o en su oficina o en su taller, o en su galería o en su museo. Cuando uno llega a un lugar de esos, lleno de libros, y uno ve cuáles son, cómo los tiene ordenados –hay uno que los ordenaba por colores, pero ya no porque tiene demasiados–, y el otro tiene solamente arte conceptual, pintura, uno más o menos va sabiendo quién es, y eso me pasó a mí.

Aprendizaj­es

En las dos últimas páginas del libro hay una foto de un rincón de La Taberna del Ahorcado, ese lugar en el que Leonel y María Helena recibían amigos y hacían tertulias. La obra que se ve en esa imagen es de Alejandro Obregón: Amor de cóndores. Mural. Técnica Mixta. Lo pintó en 1958. Fernando Botero igual pintó allí, cuando todavía no lo definían las figuras con volúmenes.

“La Taberna empezó con un error –le cuenta su abuela en la entrevista– de la arquitectu­ra de la casa. Porque la casa quedó un piso más abajo, por un error del arquitecto –y un error nuestro porque nosotros le dijimos dónde poner la casa–. Nosotros que- ríamos el balcón a ras del suelo del jardín. Afortunada­mente no quedó así y en el espacio que resultó se hizo La Taberna. Invitábamo­s gente, pero también llegaban, claro. Leonel me llamaba y decía que iba pero con diez o quince, y yo les preparaba pizza”.

Martín le preguntó por esos murales, y ella le contó que Botero no conversó cuando lo pinto, pero Obregón sí: “Leonel me llamó a la casa: ‘Bórrame mi orquesta de calaveras y deja la pared limpia, que va Obregón, para que pueda pintar ahí’. Entonces yo borré. Borré con un gris, que era el color que había. Luego, cuando Obregón llegó, me puse al lado de él, y me dijo: ‘Voy a pintar una pareja de cóndores’. Así fue. Los dos cóndores y el condorcito a un lado”.

–¿Qué recuerda de la Taberna?

–Me tocó muy poquito, estaba muy chiquito. Esa casa la tumbaron cuando yo tenía por ahí 18 años, hace como 20, así que los recuerdos son de la niñez, y ahí uno tiende a magnificar. Era una casa espectacul­ar, de la sala uno bajaba por una escalera y encontraba un sótano grande que luego atrás daba hacia un bosque, a una cañada, fue un espacio muy mítico porque éramos niños, y un niño enfrentars­e a la Taberna del ahorcado, donde había un ahorcado, un monstruo, unas cosas ahí raras, pues nos daba mucho miedo. Con los años empezamos a ir más, pero chiquitos no. Eran los murales pintados en la pared, las velas derretidas, las esculturas por todas partes, las paredes escritas. Espectacul­ar. Yo me sueño haberla disfrutado más.

–Después de 32 entrevista­s, ¿qué idea le quedó del arte en el país?

–Tenemos que lograr más espacios para el arte, volverlo más masivo, del interés general de la población, acercar más a la comunidad con el arte y la cultura. Falta más apoyo de la empresa privada y del Estado para que eso pase.

–Y después de tantas conversaci­ones, ¿qué es arte?

–Arte es cualquier cosa que sea hecha con el fin de ser arte. Arte es lo que el artista quiere que sea arte. –Usted es modernista... –Me interesan mucho los dos extremos, el arte contemporá­neo actual, los jóvenes de ahora, y me interesa mucho el inicio del conceptual­ismo en Colombia, porque es como el final de los 60 e inicios de los 70.

–Y cuando pinta, ¿qué estilo tiene?

–Yo pintaba mucho hace unos años, y ahora estoy arrancando otra vez. Soy un dibujante.

–Lee mucho en los aviones, pero ahora estuvo de escritor. ¿Cómo le fue?

–Me gustó mucho la experienci­a de escribir, de estar solo frente a la pantalla pensando, y segurament­e es algo que seguiré haciendo. –¿Va a seguir conversand­o? –La puerta está abierta, yo pienso que hay que seguir las conversaci­ones. Ya tengo otra por ahí guardada. Es dejar la memoria escrita. –¿Y el fantasma? –Depende del lector

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FOTO A Martín, dice, le quedaron faltando personajes. No cierra la puerta, las conversaci­ones hay que seguirlas.
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