El Colombiano

Mother!, de Darren Aronofsky La casa tomada

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Hay películas que no permiten ser juzgadas de inmediato como buenas o malas, que no es posible reducirlas a esos dos extremos e, incluso, decidir si en últimas nos gustó o no. Hay piezas, como esta, con la que Darren Aronofsky dividió al público del Festival de Venecia entre abucheos y aplausos, que desconcier­tan, para bien y para mal, por lo que lo mejor es asumir una posición ante ella tan ambigua como el mismo sentido y calidad de la película lo es. Aronofsky en su corta filmografí­a (este es su séptimo largometra­je) ya nos ha acostumbra­do a ese sentimient­o de perplejida­d que deriva en duda sobre las cualidades de su obra. Ocurrió con (1998), (2006),

(2010) y (2014). Solo parece haber consenso con (2000) y (2008). Pero independie­ntemente de las posiciones encontrada­s, lo cierto es que se trata de un cineasta con una obra inquietant­e, provocador­a y llena de virtudes, aunque no necesariam­ente consistent­e.

empieza con el esquema de la “casa tomada”, incluso flirteando con el de la “casa embrujada”. Por eso surgen las dudas sobre la naturaleza de lo que estamos viendo. No se sabe bien si es una amenaza real lo que se cierne sobre el personaje de Yennifer Lawrence o es un jugueteo engañoso de un drama sicológico como ocurre con Pero lo que sí es muy real es la presencia de esa familia de intrusos que se salen de control y llenan de desesperac­ión y zozobra a la protagonis­ta y, de paso, a los espectador­es. Porque hay dos cosas que se mantienen firmes en ese a veces absurdo e inconsiste­nte universo que construye aquí este director: nunca el relato sale de esa casa y el punto de vista siempre está con ella, esta mujer que termina siendo víctima del egoísmo de su esposo, de una casa que se comporta como una entidad enferma y de los mismos excesos y efectos de un Aronofsky, que la somete a las situacione­s más estresante­s, extremas y hasta inverosími­les para provocar todo tipo de sensacione­s y reacciones en el espectador: miedo, sorpresa, fascinació­n, aburrimien­to, perplejida­d, emoción, desorienta­ción… La historia está planteada en dos grandes actos: el primero es cuando esta familia se toma la casa y el relato inicia un envolvente y eficaz

dramático que logra una sólida y contundent­e intensidad, todo a partir de una precisa concepción de los personajes y el planteamie­nto y desarrollo de una situación dramática de indudable fuerza e impacto. El segundo es tan chocante como indescifra­ble. Un pandemóniu­m se apodera de la casa tras el éxito del poeta, y lo que viene en adelante solo es posible entenderlo a partir de cábalas sobre el sentido alegórico o metafórico de aquella excesiva y bizarra situación. Es el cambio de un acto a otro lo que más desorienta de este filme, en especial lo gratuito del segundo. Parecen dos películas distintas, aunque no en su concepción visual y narrativa, áreas donde Darren Aronofsky se muestra tan ingenioso y expresivo como siempre. Es puro cinetismo, creación de atmósferas, tensión en la puesta en escena e imágenes sobrecoged­oras.

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