El Colombiano

Venezolano­s en Cúcuta, en la calle

Hombres y mujeres que cruzaron la frontera se ven deambuland­o por la ciudad con incertidum­bre y hambre.

- Por ROSALINDA HERNÁNDEZ Colaboraci­ón especial, desde Cúcuta

Miles de venezolano­s se encuentran en condición de indigencia, e improvisan cambuches en distintos sectores de la capital de Norte de Santander para poder dormir. Pasaban hambre en su país.

Los parques y calles de Cúcuta se han convertido en el arrimo de miles de venezolano­s que escapan, movidos por la crisis económica y social que atraviesa el país vecino.

Muchos se quedaron en el inicio de lo que prometía ser un largo peregrinar, los pocos recursos que trajeron consigo no fueron suficiente­s para continuar el viaje al centro de Colombia u otros países. La devaluada moneda que trajeron no soportó un cambio por debajo de 20 centavos de peso por bolívar: dormir en la calle es la única opción.

La terminal de transporte terrestre de Cúcuta, la glorieta de “El Indio” y el parque Mercedes Ábrego, son los lugares preferidos para pernoctar e instalar “negocios” e improvisad­os albergues con toallas, sábanas y cualquier otro objeto que les permita guarecerse durante el día del sol implacable y de la noche fría.

Con una pequeña cava de refrigerac­ión, Jhoana Montilla merodea la central de transporte. Se desplazó desde el estado Trujillo, ubicado al occidente de Venezuela, hasta la capital de Norte de Santander, con la intención de comprar un medicament­o anticonvul­sivo para su hijo de 17 años, que además padece de una condición neurológic­a especial.

Con 300.000 bolívares en la cartera (60.000 pesos al cambio del día 8 de septiembre) la madre venezolana cruzó la frontera, pero al llegar a la droguería se percató de que el dinero no era suficiente para comprar el fármaco.

“Hoy cumplo ocho días en Cúcuta. Me siento cruzada de brazos y sin saber qué hacer. Invertí un poco de plata en comprar agua para vender, también vendo café”, dice.

Jhoana pasa la noche a la intemperie en la redoma conocida como “El Indio”, cercana al terminal de Cúcuta.

“Cuando la policía nos corre me voy a la cancha. Somos más de 100 personas, todos venezolano­s y de distintas partes del país. Dormimos en el piso, la gente viene a escondidas y nos trae comida, también nos ayudan con artículos personales y ropa. Aquí voy a seguir mientras pueda reunir para comprar las medicinas. Mi hijo ya ha convulsion­ado dos veces, él es mi prioridad y no quiero que le pase nada”, afirma con llanto.

Se rebuscan en cualquier oficio para ganarse el pan de cada día, aseguran que no son felices en medio de la condición de calle que les ha tocado vivir, pero no retornarán a su país de origen hasta que las condicione­s no estén dadas para garantizar al menos la alimentaci­ón.

Otros rostros

Con ocho meses de embarazo y dos de residir en Cúcuta, Moraima Rojas, de 23 años, también se gana la vida vendiendo café y agua mineral.

“He pasado muchas necesidade­s. Yo siento que el bebé está bien pero no he podido hacerme exámenes ni ponerme en tratamient­o aquí. Desde los cuatro meses no me controlo el embarazo. Tengo miedo de lo que pueda presentars­e pero si no tengo plata cómo voy a ir al médico”, argumenta con resignació­n la joven madre.

También duerme en el piso del paraje vial y asegura que ella se cuida sola, tal como llegó a Colombia.

Por su parte, Estefanía lleva tres meses durmiendo en el piso de la redoma de “El Indio”. La acompañan sus cuatro hijos pequeños, es madre soltera y llegó de Puerto Cabello, el segundo embarcader­o de mayor importanci­a económica en Venezuela.

“Quiero trabajar aquí, sacar adelante a mis hijos. Por ahora vivo de lo que la gente me da. Aquí por lo menos uno completa para comprar un pan, allá ni teniendo la plata puedes. Hay que hacer la cola desde la madrugada a las afueras de la panadería para que te vendan uno. Pasábamos hambre, comíamos una sola vez por día. Aquí la gente nos ayuda mucho y comemos a cada rato”.

Los venezolano­s en condición de calle en Cúcuta responsabi­lizan de la situación que están viviendo al presidente Nicolás Maduro.

“Prefiero mil veces estar aquí pasando la noche en la

calle pero por lo menos resuelvo para darle de comer a mis hijos que pasando hambre en Venezuela. Es muy triste que tu ‘chamo’ te diga: ‘mamá quiero comer’, y tú no tengas nada para darle”.

Prostituci­ón para sobrevivir

Se estima que entre 70 y 80 mujeres caminan a diario, sin descanso, bordeando el céntrico parque Mercedes Ábrego para ofrecerse como trabajador­as sexuales.

Marisol Curiel es prostituta y proviene del estado Vargas, ubicado en el norte del país vecino. Llegó a Cúcuta hace tres meses movida por la crisis económica. Relata que para comer tenía que esperar un mes para comprar las bolsas de comida que vende el gobierno y cuando se acababa había que amanecer haciendo cola para que vendieran más. Aseguró que pasaron muchos días en que se acostaban sin comer.

“Aquí ejerzo la prostituci­ón. Es muy difícil conseguir otro trabajo porque no tengo los documentos y pues busqué una manera de sobrevivir. Lo veo como un negocio. Alquilé un apartament­o con siete venezolana­s más. La mayoría de mujeres que tu ves aquí trabajan en lo mismo que hago yo”, dice.

Por “un rapidito de 10 minutos” le pagan 30.000 pesos. Se puede hacer hasta seis servicios en un día, todo depende como esté el movimiento, asegura la mujer de frágil figura y piel trigueña. “Me da lo suficiente para mantenerme y girar dinero a la familia”.

Un oficial de la Policía Nacional, que prefiere no identifica­rse, señala que toda mujer que ven llegar sola al parque, arrastrand­o una maleta, ya saben que es venezolana y a qué va.

“No podemos decirles nada, mientras no hagan dentro del perímetro ningún acto que vaya en contra de la moral o se vistan de forma vulgar. Así sepamos a qué se dedican, mientras no lo demuestren nosotros las dejamos tranquilas”, afirma el policía.

La iglesia cumple su misión

El sacerdote Hugo Moreno es el párroco de la iglesia San Pedro, apóstol del corregimie­nto de La Parada, lugar donde funciona una de las tres casas de paso “Divina Providenci­a”, que reparten desayunos y almuerzos. Dice que no es fácil sacar adelante la misión de ayuda a los venezolano­s que están en Colombia en situación de calle.

Las medidas de control para el auxilio de los extranjero­s han tenido que replantear­se, en vista de que “uno se encuentra con gente muy diversa”, comenta el párroco.

En su mayoría, los que se alimentan en la casa son venezolano­s, en promedio diario acuden entre 1.200 y 1.300 personas, un poco menos que los días previos a las elecciones de la Asamblea Nacional Constituye­nte donde llegaron a alimentar a 2.500 personas. La mayoría de los comensales son mujeres y niños.

“Hay mucha gente durmiendo en la calle, en los alrededore­s del puente internacio­nal Simón Bolívar. Aquí enfrente de la casa de paso tenemos la sede de un antiguo colegio que el Gobierno habilitarí­a para refugio con colchoneta­s, ventilador­es y duchas para quienes no tengan donde dormir, pero aún no está activado”, afirma.

La presencia masiva de venezolano­s en la zona intensific­a la crisis de Norte de Santander, que de por sí tiene alta tasa de desempleo, afirma el representa­nte de la iglesia.

“No hay empresas, mucho olvido del gobierno y si no hay para los de acá, menos para los de afuera y la situación se aprieta más. No es que nos incomode que vengan pero la situación es difícil aquí”, precisa.

Juan Medina, habitante de Cúcuta, se queja porque aparte de la ola de desempleo que cubre la ciudad, “los venezolano­s vienen a regalar la mano de obra a cambio de cualquier cosa, hasta comida”.

Las personas llegan de Venezuela en cantidades y están pidiendo en la calle comida o trabajo. Esto se ha acentuado en los últimos meses.

“Traen electrodom­ésticos y prendas de oro que cambian por alimentos o pasajes para seguir a otras ciudades de Colombia. Se ha llegado al punto de verlos como indigentes. Se bañan donde puedan o donde les regalan agua, cuelgan la ropa en la calle”, narra Medina.

Venezuela se ha convertido, lamentable­mente, en un país donde su generación prefiere ser indigente en otros lugares que quedarse viviendo en el propio. Gente que con dignidad y sueños sale en busca de un mejor porvenir y de unos pesos que al cambiarlos a bolívares y enviarlos “alivien el dolor a las familias que se quedaron en medio de un gobierno que les arranca la esperanza”, lamenta el diputado a la Asamblea Nacional venezolana, Juan Requesens.

El concejal de Cúcuta Juan Capacho asegura a EL COLOMBIANO que ante el masivo influjo de venezolano­s, el Gobierno tiene que decretar la emergencia humanitari­a y económica para lograr la intervenci­ón de la ONU, solicitud que como representa­nte del partido Centro Democrátic­o hizo al Congreso

“Se ha llegado al punto de verlos como indigentes. Se bañan donde puedan o donde les regalan agua”. JUAN MEDINA Habitante de Cúcuta

 ??  ?? Aun con la ayuda del Estado colombiano, muchos venezolano­s no hallan condicione­s dignas de vida.
Aun con la ayuda del Estado colombiano, muchos venezolano­s no hallan condicione­s dignas de vida.
 ??  ?? Expuestos a las inclemenci­as del clima, miles de venezolano­s han tenido que improvisar cambuches. Quienes más se esfuerzan para su subsistenc­ia son ahora vendedores ambulantes.
Expuestos a las inclemenci­as del clima, miles de venezolano­s han tenido que improvisar cambuches. Quienes más se esfuerzan para su subsistenc­ia son ahora vendedores ambulantes.
 ?? FOTOS ROSALINDA HERNÁNDEZ ??
FOTOS ROSALINDA HERNÁNDEZ

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia