LA TIRANÍA DEL BIEN COMÚN
En nombre del bien común suelen cometerse disparates e imprudencias. Alguien ha hablado de una tiranía de las buenas intenciones. En ella incurre un gobernante cuando al aplicar criterios y procedimientos de ingeniería social y convertir una ciudad en un laboratorio y a los ciudadanos en objetos de experimentación acaba por ignorar o desconocer cuestiones elementales. Por ejemplo, es temerario e imprudente fomentar el uso de la bicicleta y hacerle creer a la gente que no hay riesgos y además de hacerse ciclovías hay todas las garantías de seguridad y comodidad necesarias.
Por supuesto que la ciudad tiene problemas alarmantes de movilidad, que necesita regulaciones eficaces del espacio transitable, que no cabe un automotor más en las calles y que la bicicleta y la moto son aparatos de transporte apro- piados en tales condiciones. También es lógico insistir en el uso del Metro siempre y cuando se pueda o en el desplazamiento en bus o en taxi hacia donde no sea razonable ir en el vehículo particular.
Pero es un desatino empezar a construir la casa por el techo. Primero se requieren no sólo vías y carriles para motos y bicicletas, sino también una estrategia fuerte, duradera e inflexible de seguridad, que debe empezar por la educación y la prevención. Mientras tanto, los ciclistas y motociclistas andan en zigzag, no tienen senderos demarcados para su movilización y están expuestos a la hostilidad o el simple descuido de conductores de buses, taxis y carros particulares que acrecientan la accidentalidad, como está probándose día tras día con datos espeluznantes.
Claro que Medellín es una ciudad global, con ventajas y desventajas propias de grandes urbes que incluso superan a las capitales. Pero de la noche a la mañana, o en un plazo muy breve, no es sensato esperar que esta ciudad pueda compararse en el uso nivelador, incluyente, equitativo y democrático de la bicicleta con sociedades europeas en las que hasta los reyes andan en sus caballitos de acero sin pena de pedalear al lado de simples plebeyos, o con ciudades asiáticas en las que la bicicleta es el medio primordial de transporte para millones de trabajadores, estudiantes burócratas y mandatarios.
En nombre de las buenas intenciones, de la búsqueda del bien común, de la innovación que da puntos en los ránquines mundiales, lo que puede configurarse, si se obra con temeridad e imprudencia, es una tiranía demagógica y populista que pone en riesgo la seguridad y la integridad de muchísimas personas. La llamada ingeniería social tiene ese inconveniente de hacer de los ciudadanos unos mansos conejillos de laboratorio. Alguna vez, el pragmático Ronald Reagan dijo: “Témele al que llega a tu casa y te dice: Hola, soy del Estado y vengo a ayudarte”
Es un desatino empezar a construir la casa por el techo. Primero se requieren no solo vías y carriles para motos y bicicletas, sino una estrategia fuerte de seguridad.