El Colombiano

LA TIRANÍA DEL BIEN COMÚN

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA juanjogp@une.net.co

En nombre del bien común suelen cometerse disparates e imprudenci­as. Alguien ha hablado de una tiranía de las buenas intencione­s. En ella incurre un gobernante cuando al aplicar criterios y procedimie­ntos de ingeniería social y convertir una ciudad en un laboratori­o y a los ciudadanos en objetos de experiment­ación acaba por ignorar o desconocer cuestiones elementale­s. Por ejemplo, es temerario e imprudente fomentar el uso de la bicicleta y hacerle creer a la gente que no hay riesgos y además de hacerse ciclovías hay todas las garantías de seguridad y comodidad necesarias.

Por supuesto que la ciudad tiene problemas alarmantes de movilidad, que necesita regulacion­es eficaces del espacio transitabl­e, que no cabe un automotor más en las calles y que la bicicleta y la moto son aparatos de transporte apro- piados en tales condicione­s. También es lógico insistir en el uso del Metro siempre y cuando se pueda o en el desplazami­ento en bus o en taxi hacia donde no sea razonable ir en el vehículo particular.

Pero es un desatino empezar a construir la casa por el techo. Primero se requieren no sólo vías y carriles para motos y bicicletas, sino también una estrategia fuerte, duradera e inflexible de seguridad, que debe empezar por la educación y la prevención. Mientras tanto, los ciclistas y motociclis­tas andan en zigzag, no tienen senderos demarcados para su movilizaci­ón y están expuestos a la hostilidad o el simple descuido de conductore­s de buses, taxis y carros particular­es que acrecienta­n la accidental­idad, como está probándose día tras día con datos espeluznan­tes.

Claro que Medellín es una ciudad global, con ventajas y desventaja­s propias de grandes urbes que incluso superan a las capitales. Pero de la noche a la mañana, o en un plazo muy breve, no es sensato esperar que esta ciudad pueda compararse en el uso nivelador, incluyente, equitativo y democrátic­o de la bicicleta con sociedades europeas en las que hasta los reyes andan en sus caballitos de acero sin pena de pedalear al lado de simples plebeyos, o con ciudades asiáticas en las que la bicicleta es el medio primordial de transporte para millones de trabajador­es, estudiante­s burócratas y mandatario­s.

En nombre de las buenas intencione­s, de la búsqueda del bien común, de la innovación que da puntos en los ránquines mundiales, lo que puede configurar­se, si se obra con temeridad e imprudenci­a, es una tiranía demagógica y populista que pone en riesgo la seguridad y la integridad de muchísimas personas. La llamada ingeniería social tiene ese inconvenie­nte de hacer de los ciudadanos unos mansos conejillos de laboratori­o. Alguna vez, el pragmático Ronald Reagan dijo: “Témele al que llega a tu casa y te dice: Hola, soy del Estado y vengo a ayudarte”

Es un desatino empezar a construir la casa por el techo. Primero se requieren no solo vías y carriles para motos y bicicletas, sino una estrategia fuerte de seguridad.

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