El Colombiano

LOS CAMINOS INCIERTOS PARA COMBATIR LA CORRUPCIÓN

- Por JUAN DAVID ESCOBAR VALENCIA redaccion@elcolombia­no.com.co

Una larga historia de corrupción en las institucio­nes de este país supuestame­nte originada desde la Colonia, tal vez por ausencia de registros de la Conquista, indicaría que este mal es antiguo entre nosotros, al punto que tal vez tengamos los colombiano­s un “gen puto” como dijo Eliseo Restrepo, expresiden­te de la SAC. Cuando la podredumbr­e desborda límites que creíamos impensable­s, saltan las búsquedas desesperad­as para encontrar la medicina que termine la corrupción, o al menos la reduzca a las “justas proporcion­es” como dijo un corbatinud­o expresiden­te, estigmatiz­ado por dicha sugerencia, aunque luego uno de los mayores expertos en anticorrup­ción del mundo, Robert Klitgaard, confirmó la misma idea, pero en otros términos, al asegurar que la corrupción cero era imposible e inviable.

La pretensión de encontrar una fórmula única contra la corrupción, nos empuja a buscar un concepto redentor. ¿Será la “honestidad” el concepto salvador? ¿Serán la solución el “santo temor de Dios” o la “promesa del infierno” que parecen ya no asustar a tantos? ¿Será el miedo a la ley, aunque este ya no existe porque el acuerdo de impunipaz formalizó que en Colombia ser pillo paga?

Una valiosísim­a opción es el concepto de integridad, pero probableme­nte imperfecto como todo concepto. Integridad viene de íntegro que implica ausencia de fallas y absoluta rectitud. Como ideal es inigualabl­e, pero si los humanos no son perfectos ni perfectibl­es y en Colombia a quien hace trampa le va mejor que al que la evita y quien secuestra y mata soldados se vuelve Senador, la integridad carece de incentivos y entra en el campo del idealismo.

Nadie tiene la fórmula mágica para que el sistema y los ciudadanos se vuelvan íntegros siempre y completame­nte, y los llamamient­os cantaletos­os a la moral posiblemen­te no tienen alcance general ni efecto residual. Pero como la puerta a la utopía ha sido abierta, quisiera hacer una propuesta, que aunque ingenua me parece más bella.

Como un incentivo no material a la búsqueda de la integridad y partiendo de la idea que la corrupción no existe, sino los corruptos, la invitación es a “hacer todo bien” obteniendo un benefi- cio personal: “adquirir más honor”.

La propuesta surge de una idea que sobre “el buen trabajo” plantea Wendell Berry, un novelista, poeta y muchas otras cosas más, pero que a mi juicio cosecha más frutos y sabiduría de la tierra en su labor como agricultor. Dice Berry que “el buen trabajo implica dar mucho honor. Honra la fuente de los materiales; honra el lugar donde se hace; honra el arte por el cual se hace; honra lo que se hace y el usuario de la cosa hecha”.

Si el honor volviera a ser un bien valioso y deseable como lo fue en la antigua Grecia, en la Edad Media o en Japón, antes de hacer cualquier cosa nos preguntarí­amos ¿cuánto honor conseguiré con lo que voy a hacer y en la forma en que voy a hacerlo?

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