ESOS HOMENAJES QUE DAN SUSTO
Hacer homenajes es un tema milenario. Los homenajes representan la capacidad de mantener viva la memoria, el legado de aquellos que se deben recordar por sus aportes a propósitos comunes, que llevan dar un paso adelante en esa complejidad llamada humanidad. En otras palabras, homenajes se le deben hacer a quienes ayudan a dar un paso adelante en este mundo que parece involucionar en vez de evolucionar.
En 1955, en Alabama, tierra de segregación racial para aquella época, una afroamericana llamada Rosa Parks se negó a ceder el asiento de un autobús a un blanco. Esa actitud valiente aportó con creces a la definición de derechos civiles para las minorías en los Estados Unidos. Desde entonces, Rosa Parks es un símbolo al que se le rinde homenaje por ser, como bien lo dicen los estadounidenses, una de esas “manos que construyeron América”.
En Alemania, como homenaje a las víctimas del holocausto, cambiaron los nombres a todos los infames campos de concentración por memoriales para que allí se recuerden las atrocidades cometidas por los nazis y se mantenga en la memoria el error histórico de Alemania cometió con la humanidad. Ahora pillen esta: como otra forma más de hacer un homenaje a las víctimas del holocausto judío, el gobierno Federal tiene restringido mencionar fuera de cualquier contexto el nombre de Adolf Hitler, así como la lectura de su libro Mein Kampf. El solo hecho de traer verbalmente su recuerdo o escudriñar las barbaridades que inspiraron su mente retorcida, constituyen una apología a la barbarie. Ahora, no crean esto es imposible de cumplir. La gente misma se encarga de ejercer ese control. De esa forma, perpetúan ese homenaje simbólico con las más de 15 millones de personas que murieron por el delirio del innombrable.
En Colombia, el concepto de homenaje está muy tergiversado. En este tierra desde un peluquero hasta los cantantes de reguetón merecen ser homenajeados, por creer que aportan a la humanidad. Hasta ahí, pues seguimos en el mundo macondiano. Sin embargo, la cosa cambia cuando el merecedor del homenaje es alguien nefasto. Eso pasó la semana pasada, cuando a las Farc, haciendo uso de su hoy permiso para ejercer la libertad de expresión, le dio por rendir homenaje a alias el “Mono Jojoy”, por ser un “indómito guerrero”, un tributo a quien quizá ha sido el mayor homicida derivado del conflicto en este país, un símbolo de la barbarie que azotó al país por más de 60 años, un secuestrador que mantuvo confinados por años en la selva a cien- tos de personas, que atentó contra civiles y que repartió toda la cocaína que quisieran los narcotraficantes.
Como dirían en redes sociales: epic fail de las Farc, que suman un punto más en su anacronismo histórico y otro más a sus errores de cálculo político, ahora que pueden ejercer el partidismo. La tragedia que causó semejante personaje no es equiparable con lo que algunos creyeron que hizo a nombre de esa falsa revolución guerrillera.
Pero al epic fail se suma el gobierno, que no templó lo suficiente para dejar claro que con la memoria de las víctimas no se puede ser demagogos, pues hay situaciones y personas que deben ser recordadas en su verdadero contexto: como errores históricos.
Cosas así abren más la brecha entre los que creen a la paz y sus detractores. Eso sí es nefasto en medio del camino de la paz y la reconciliación. Hay homenajes de homenajes, pero este dio susto
La tragedia que causó semejante personaje no es equiparable con lo que algunos creyeron que hizo a nombre de la falsa revolución.