El Colombiano

VILLATINA

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redacción@elcolombia­no.com.co

Joaco, líder de la Comuna 8, evoca la tragedia de Villatina, que vivió hoy hace 30 años. El hombre ya es abuelo.

Domingo, 2:30 p. m., septiembre 27, 1987. Laderas del Pan de Azúcar. Las comadres rumoran qué pasará con el Padre Pío Quinto Quintero en el próximo capítulo de San Tropel. En las heladerías, canta Diomedes al son del acordeón de “El Cocha” Molina: “Yo sé que somos pasajeros de la vida…”.

En plena chispa de la tarde, morro arriba, en la cancha Los Pomales, el equipo “Los bambis” jugaba el primer tiempo contra los “Once amigos”. Sin quitarle el ojo al balón, Joaco reacomodab­a su posición bajo el arco. Entonces: ¡Buuuuuum!

El estruendo. La tierra se sacudió. Una nube de polvo en forma de hongo se levantó a un costado del Pan de Azúcar. “¡Se estrelló un avión!”, pensaron algunos.

En cuestión de segundos, un alud de tierra sepultó a más de quinientas personas. Joaco corrió como loco. Su casa estaba sepultada. En ella, sus padres, dos hermanas, un hermano y un sobrino. (De su familia solo sobrevivie­ron quienes no estaban allí, dos hermanos varones y una hermana).

Colombia todavía no se había levantado de la pesadilla de Armero. Medellín no estaba preparada. El cardenal Alfonso

López Trujillo declaró el lugar Camposanto. Creció la maleza. Villatina se convirtió en tierra fértil para la invasión.

Los damnificad­os fueron reubicados en barrios como el Héctor Abad Gómez, San Andrés, Niquía, San Blas y Manrique. Con su trabajo, cada quien hacía lo suyo para que le asignaran un techo. Joaco no contó con indemnizac­ión alguna.

Son dos las versiones de los hechos: una atribuye la catástrofe a las aguas represadas en la montaña; la otra, más popular, a la explosión de una caleta del M-19.

“La verdad quedó enterrada, en la impunidad”, dice Joaco, quien jamás encontró los cadáveres de sus hermanas y sobrino. Los cuerpos de sus padres no fueron extraídos de un lodazal (no recuerda rastros de agua). Pero sí estaban mutilados.

“A los trece años perdí el amparo, el acobijamie­nto de un hogar –evoca Joaco–. De víctima pasé a ser victimario: no me acobijó un Bienestar Familiar sino los grupos armados”.

El Camposanto está coronado por “El monumento a la vida” (escultura de unas manos que salen de la tierra levantando un bebé) y uno que otro bo- rrachero florecido. A unas cuadras, está la emblemátic­a Casa Juvenil donde alguna vez se firmó el primer pacto de paz entre bandas de la ciudad; hoy alberga una sede ambiental, de reciclaje, en condicione­s precarias. José Joaquín Calle Ramírez se dice constructo­r de paz. Está vinculado a la Corporació­n Camposanto que recupera la memoria histórica, cuida el cementerio y el Cerro Los valores, y adelanta un proyecto piloto con españoles y el Politécnic­o elaborando trinchos de bioingenie­ría para que las quebradas no se taponen.

Hoy, Joaco es un líder de la comuna 8, reside en Caicedo, trabaja en Villatina, es padre de familia. Y abuelo.

Septiembre, 2017. Entre ranchos de tablilla con techos que se agitan con el viento, y casas de material cuyos muros y “planchas” son un desafío perpetuo al ángulo de noventa grados, morro abajo, se tararea la misma tonada… “y si nos dan un tropezón, una caída/ nos paramos enseguida/ y volvemos a caminar”

Este domingo, 10:30 a. m, se celebrará una eucaristía en el Camposanto.

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