HAMBRE, EL RETO
La noticia dada por la FAO en días anteriores sobre el aumento en 2016 del hambre a nivel global pone en jaque a la comunidad internacional, ya que, según advierten algunos analistas, la posibilidad real de eliminar el hambre en 2030 (Hambre cero), como se planteó en los objetivos globales de desarrollo sostenible, se hace más difícil.
Según la FAO, en 2016, en el mundo, el hambre afectó a 815 millones de personas, cifra que se compara negativamente con el número de personas registradas en dicha condición en 2015, que fue de 777 millones. Esto implica que, a nivel global, el año pasado el número de personas afectadas por el hambre se incrementó en 38 millones.
A pesar de que es conocido que anualmente en el mundo se produce suficiente comida para alimentar de manera adecuada a toda la población que habita el planeta y que, como la misma FAO ha señalado en repetidas ocasiones, las pérdidas de alimentos a lo largo de las cadenas agroalimentarias son muy grandes, según esta agencia de la ONU, el pro- blema del hambre que actualmente afecta al mundo no tiene que ver ni con la desigualdad en el acceso a la alimentación ni con las ineficiencias del sistema agroalimentario.
Para la FAO, el aumento del hambre “se debe en gran medida a la proliferación de los conflictos violentos y a las perturbaciones relacionadas con el clima”. A estas causas principales se agregan los eventos climáticos extremos (sequías e inundaciones) y la desaceleración económica mundial que se ha tenido últimamente.
Aunque se reconoce que los conflictos y el clima son factores que claramente afectan a las poblaciones sometidas a estos fenómenos (no hay que olvidar, por ejemplo, las hambrunas históricas que han vivido algunas regiones de África por efecto de las sequías), no es claro que, como lo señala la FAO, la “consolidación de la paz y la resolución de conflictos” constituyan el principal medio para superar la situación del hambre en el mundo.
La distribución geográfica del hambre alrededor del orbe y la alta concentración de este fenómeno en las zonas rurales determinarían que, relativamente, las poblaciones que ocupan estos territorios deberían ser los principales beneficiarios de las políticas, los recursos y las acciones tendientes a eliminar el hambre del planeta.
Lo anterior implica que tanto la cooperación interna- cional como los gobiernos de los países en desarrollo deberían darle prioridad, en los programas de apoyo que se adelantan, a los desarrollos agrícolas y rurales que involucran a los pequeños productores y a sus familias, pues es este grupo el que más se ve afectado por la pobreza y el hambre. En particular, estos programas deberían asegurarles rutas de transformación productiva, generación de ingresos y salida de la pobreza y del hambre.
Mientras los programas contra el hambre no se centren en este grupo de población, el mundo continuará viviendo la ironía que hoy existe de que, mientras en el campo se produce suficiente cantidad de alimentos a nivel global, son sus pobladores (especialmente los más pobres y los pequeños productores) los que mayormente padecen de hambre
Según la FAO, en 2016 en el mundo el hambre afectó a 815 millones de personas. En 2015 fue a 777 millones.