El Colombiano

Máximos compositor­es, magnífico director

- OLGA ELENA MATTEI Escritora, crítica de música clásica

Con una poderosa voz, de hermosísim­o timbre, la soprano argentina Daniela Tabernig abre el concierto en la ejecución de la obra de Richard Strauss Cuatro últimas canciones. Voz preciosa con mucha escuela. Sin partitura, evidencia de su seguridad y excelencia. Histriónic­a revela la índole del texto poético: dulzura, ansiedad, tristeza. Me atrevo a quejarme de que los poemas, del famoso Hermann Hesse, son tontos. La simpleza de los poemas escogidos por Strauss está en la estructura y la forma, y en la temática. Males de la poesía del Romanticis­mo Alemán (del cual solo se puede hablar mal, con salvedades). Ya que dio bellísimas obras, de las cuales escojo las pinturas de Friederik y, en poesía amorosa, la Elegía de Mariembad, de Goethe). Y a propósito de períodos en el arte, Strauss, que se caracteriz­ó por introducir en la música “culta” (por no decir “clásica”), las libertades, las informalid­ades (omisión de los formatos clásicos), los sonidos, los giros y las maneras del modernismo, solo disponía de letras de la poética del romanticis­mo. En esta obra, aunque predomina un lenguaje musical moderno, en cuanto al estilo de la sonoridad de algunos pasajes, por su expresión general sentimenta­l de paz, ternura, nostalgia, y del palpitar de la naturaleza, resulta causando una impresión romántica contradict­oria, que en manos de maestro Rettig se deslizó con la idiosincra­cia requerida. La obra fluyó melodiosam­ente, en alas de las cuerdas. Ahora, el graaaan MAHLER. Su 4ta Sinfonía en Sol mayor. Se escuchan gorjeos de Primavera en las maderas. Y los repite, intensamen­te, toda la orquesta. Amados pasajes, como tantos de los temas de Mahler en sus gloriosas sinfonías. Inevitable e interesant­e notar el contraste entre cómo trata de describir y cantar la primavera el moderno Strauss en el romántico poema de Hesse, y cómo lo logra Mahler en Brentano y en Von Arnim... Poemas todos de la misma categoría popular, de la cosecha del Romanticis­mo alemán. El sonido conjunto de la orquesta se puede percibir por secciones, a causa de la clara limpieza y el nítido énfasis con que los músicos de esta orquesta están ejecutando. Y lo busca Mahler por medio de las alternanci­as de las entradas, y el director, al pedir distintos volúmenes a cada sección. Tanto las cuerdas como los vientos se acompasan con la abundante percusión de esta sinfonía. Pizzicati y ritmos marcados aparecen por toda la escena. Rettig parece gozarse con su excelente dirección. En el Segundo Movimiento, el ritmo baila aires folclórico­s, pero las campanas crean expectativ­a. Un sonido brillante nos introduce en un Waltz primaveral (El contraste de los Valses en la coincidenc­ia de este concierto entre Strauss y Mahler es lastimoso). Lo más notorio en este movimiento y en la sinfonía misma, es el truco que el compositor se inventa para expresar el terror y la angustia de la muerte, haciendo afinar el primer violín con una tensión extrema en una de las cuerdas, de manera que produce, en vez de la nota normal, un altísimo chirrido grotesco y angustioso llevado al último extremo de exageració­n, y de gran intensidad y dificultad en la ejecución, proeza que el maestro Gonzalo Ospina logra espectacul­armente. Y ya que su violín estaba preparado con anticipaci­ón para tal efecto, el gran solo de violín anterior fue ejecutado también magistralm­ente por el segundo violín,

Manuel López. Mahler habla de dolor y muerte por medio del corno, el arpa y testarudos pizzicatos que brotan por todas partes. El tercer movimiento juega entre dos temas y desata las emociones del amor y de la muerte, con expresione­s de exaltación o de tragedia que empujan la música con fuerza emotiva cabalgando hacia las alturas. Una de las bellísimas, y famosas apoteosis de Mahler, que alzan la música hacia el infinito con glorioso énfasis y fuerza emotiva. El primer violín logra el efecto de resonancia y volumen caracterís­ticos de Mahler, y arrastra a toda la sección para lograr los gemidos con que el compositor habla siempre del amor y la muerte. ¡La apoteosis mahleriana! Como esta no se debe interrumpi­r, se entra sin corte al cuarto (último) movimiento, con inclusión de la voz humana, a la usanza ocasional de Mozart, Haydn, Beethoven y otros. La orquesta, más discreta, le da el mayor ámbito a la soprano, (de nuevo Tabernig), con las conocidas, pegajosas, festivas y vibrantes canciones del Des Knaben Wunderhorn (El Cuerno Mágico de la Juventud), y siempre con los temas sublimes del amor y de la muerte. Esas melodías cantábiles de Mahler que penetran el alma de los escuchas y son recordadas y amadas por el público. Tabernig, de nuevo sin partitura, y con el director a su espalda, logra acertar las múltiples entradas entre las rendijas de los laberintos de los complejos tuttis de la orquesta. Virtuosism­o en una preciosa voz. Con un tempo lentísimo, Rettig se extiende y se solaza, sin olvidar cada detalle y controland­o la continuida­d inquebrant­able de las entradas alternas y los cambios del tempo y de la expresión melódica. Finalmente, aplausos para el compositor, la obra, la ejecución, la orquesta, cada solista, la soprano y el maestro Rettig, quien ya nos ha dado años de disfrutar de su excelencia en la dirección.

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