“Los actos de los “lobos solitarios” corresponden a una lógica casi imposible de detectar o prevenir. No importa el desarrollo o la complejidad de los mecanismos de seguridad del país donde actúen”.
Los actos de los “lobos solitarios” corresponden a una lógica casi imposible de detectar o prevenir. No importa el desarrollo o la complejidad de los mecanismos de seguridad del país donde actúen.
Un maniático de las armas, en un país donde se pueden adquirir, de manera legal, como si se tratase de artículos de primera necesidad, era Stephen Paddokc, de 64 años, quien desde el piso 32 del Mandalay Bay Resort and Casino, de Las Vegas, en menos de dos minutos, antes de suicidarse, mató a 59 personas (dato al cierre de edición) e hirió a 527, al disparar contra una multitud de unos 22.000 asistentes, congregada en el Route 91 Harvest Festival, que reunía a los más brillantes artistas de música country del país.
Por el número de víctimas, el atentado es considerado el más sangriento por arma de fuego de la historia reciente de los EE.UU. Sin embargo, la dinámica y modus operandi del asesino no deja de ser un asunto que se repite.
Por un lado, amparado en la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que protege el derecho de su pueblo a poseer y portar armas, un individuo adquiere un arsenal y lo utiliza a discreción o contra quien considera enemigo, que pueden ser sus conciudadanos.
El crimen que hoy enluta a EE.UU., y genera rechazo mundial, lamentablemente, es el último capítulo de una serie de episodios que son sistemáticos en ese país. Entre 2009 y 2016, hubo 156 tiroteos masivos (casos con mínimo cuatro muertos). En estos perdieron la vida 848 personas, denuncia Everytown, organización que promueve un mayor control al uso de armas.
Si bien este tipo de asesinos actúan como “lobos solitarios” y sus acciones son calificadas como terroristas, se descarta que respondan a ofensivas militares de organizaciones como el Estado Islámico, que, de manera oportunista, emitió un comunicado atribuyéndose el hecho.
El debate contra la tenencia de armas entre los ciudadanos vuelve ahora a llenar los titulares de prensa americana, pero las posibilidades de que prospere son mínimas.
En el país han aumentado, de manera importante, la xenofobia, el nacionalismo, las salidas de fuerza y los discursos antiinmigrantes y, con especial énfasis, contra los procedentes de los países islámicos, que nada tienen que ver con orientaciones fundamentalistas sobre el mun- do, muchos motivados desde la Presidencia de Donald Trump.
No deja de ser una dolorosísima prueba para el actual presidente, que critica e incluso ironiza contra las autoridades de ciudades europeas que son objeto de ataques terroristas. Trump debe saber que el terrorismo es casi siempre imprevisible.
Los criminales como Paddokc no son ni siquiera detectables por sus propias familias, actúan de manera aislada, a bajo costo y casi sin riesgos. Lo suyo obedece a la lógica siniestra de matar y morir. No obstante, la eficacia de sus actos está directamente relacionada con las posibilidades de adquirir armas con facilidad, las mismas que les venden sus Estados a bajo costo, amplias facilidades y de gran letalidad.
Cuando los atentados del 22 de julio de 2011 en Noruega, en los que un sociópata mató a 78 personas, los ciudadanos de ese país respondieron reclamando más democracia. Cosa diferente ocurre en Estados Unidos, donde es común que la gente salga a reclamar más armas. Argumenta que si las tuviese “se habría neutralizado al asesino”.
En EE.UU., donde todo se mide, no hay un registro exacto del número de armas de fuego en poder de los civiles. Las estadísticas más optimistas hablan de nueve por cada diez ciudadanos. Hasta ahora el debate que más ha avanzado en el Congreso, para contrarrestar el problema, fue el realizado en 2016, para frenar la venta y compra de fusiles, arma que utilizó el joven que mató a 49 personas en una discoteca gai de Orlando, y el perpetrado el domingo en Las Vegas. No obstante, el lobby político, la presión ciudadana, votantes y mercaderes de armas, lo hicieron naufragar