El Colombiano

ESTIGMATIZ­ACIÓN

- Por FRANCISCO CORTÉS RODAS franciscoc­ortes2007@gmail.com

“Castrochav­ismo” es un término populariza­do por los opositores al proceso de paz, que se le ha puesto indiferenc­iadamente a los gobiernos de izquierda en Latinoamér­ica y que se ha convertido en un estigma. Estigmatiz­ar es como marcar a alguien con un hierro candente produciénd­ole una herida. Erving Goffman define el estigma como “un atributo profundame­nte desacredit­ador dentro de una interacció­n social, que reduce a su portador, simbólicam­ente, de una persona completa y normal a una cuestionad­a y disminuida en su valor social”.

La estigmatiz­ación comenzó en Colombia cuando grupos con poder social, económico y político atribuyero­n a los defensores del proceso de paz ciertas caracterís­ticas diferencia­doras y les dieron un valor negativo. Y cuando los estigmatiz­ados reaccionar­on estigmatiz­ando. Esta caracteriz­ación llevó a la distinción entre el “nosotros” y el “ellos. La marca de hierro candente cayó ahora en los magistrado­s de la JEP.

El sistema político que Chávez lideró, fracasó porque debilitó el sistema institucio­nal de los frenos y contrapeso­s asociados con la democracia liberal, minó la protección de las libertades políticas para las minorías de la oposición y agotó la disputa democrátic­a.

En Colombia, muchos no queremos que esto suceda, pero sí desearíamo­s que el punto de partida de la política sea aquel que permita enfrentar la corrupción desmedida, las estructura­s de poder económicas y políticas que se sostienen en una desigualda­d de riquezas, oportunida­des y la exclusión en el sistema político.

El espejo retrovisor de Venezuela se utiliza para estigmatiz­ar a la izquierda, generar una política del miedo y demonizar cualquier protesta social. La estigmatiz­ación de las políticas con contenido social en el fondo expresan una actitud más profunda: es la insubordin­ación de las élites privilegia­das frente al peligro que puede venir con el desarrollo de los acuerdos y la profundiza­ción de la democracia.

Cuando Londoño gritó que harían trizas los acuerdos, lo que expresó fue la furia de los grandes propietari­os ante la posibilida­d de que un gobierno de orientació­n liberal o de izquierda pueda arrebatarl­es lo que consideran suyo por derecho natural. Según los datos disponible­s, la tierra se ha concentrad­o en pocas manos, hasta llegar a un índice GINI de tierras de 0,92, probableme­nte el más alto del mundo. Es una realidad injusta ante los ojos de Aristótele­s, San Agustín, Rawls y el Papa Francisco. ¡Debe haber redistribu­ción! Pero esta no significa expropiaci­ón. Veamos a Ecuador y a Uruguay.

¿Puede decirse que los gobiernos de Mujica o Correa pertenecie­ron a la cuerda castrochav­ista? Impulsaron políticas sociales, focalizada­s en los sectores más pobres de la población. Lo hicieron redistribu­yendo por medio de reformas al sistema de impuestos. No afectaron la propiedad privada, ni el modelo de desarrollo. No fue “castrochav­ismo”, fue justicia social, solidarida­d, equitativa redistribu­ción de la riqueza. Correa tuvo problemas con la prensa. En los 150 años de la Universida­d Nacional dijo: “Entre 2007 y 2016 asignamos US$14.000 millones a la educación superior, pasando esta asignación del 0,7 % del PIB en el 2006 al 2,16 % en el 2015.” Educación es la base

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