EL FIN DE LA PRIVACIDAD
Nos enteramos el martes de que tres mil millones de cuentas de correo electrónico de Yahoo se vieron comprometidas en el 2013. A principios de septiembre, fueron los 143 millones de informes crediticios de Equifax. Solo unos meses antes de eso, nos enteramos de que los historiales de votación de 198 millones de votantes estadounidenses fueron revelados en internet en junio.
Dada la corriente constante de infracciones, puede ser difícil entender lo que está pasando con nuestra privacidad a través del tiempo. Dos fechas -una reciente y otra hace mucho tiempo- ayudan a explicar esto: el 15 de diciembre de 1890 y el 23 de mayo de 2017 son las dos fechas más importantes en la historia de la privacidad. La primera significa su creación como un concepto jurídico, y la segunda, aunque en gran medida pasada por alto en ese entonces, simboliza algo parecido a su final.
El 15 de diciembre de 1890, el futuro juez de la Corte Suprema William Brandeis y el abogado Samuel Warren publicaron un artículo en Harvard Law Review, “El Derecho a la Privacidad”, que abogaba por el reconocimiento de un nuevo derecho legal a, en sus palabras , “que lo dejen solo”. El artículo fue estimulado por una nueva tecnología llamada la fotografía instantánea, que hizo posible para cualquier persona que camina por la calle encontrar su imagen en el periódico el día siguiente.
Ese argumento forma la base para la manera en la cual manejamos nuestros derechos a la privacidad hasta el día de hoy. El propuesto dere- cho a “ser dejado solo” hizo una distinción fundamental entre ser observado, que puede acompañar a cualquier acto hecho en público, versus ser identificado, un acto separado y más intrusivo. Consentimos a ser observados constantemente; rara vez consentimos ser identificados.
Sin embargo hoy esa distinción ha sido erosionada, gracias al rápido avance de las tecnologías digitales y el acompañante ascenso del campo ampliamente llamado ciencia de datos. Lo que hemos considerado privacidad está muriendo, si no es que ya está muerto.
“Monitoreo sostenido” es ahora parte de nuestra vida digital. Y es por eso que lo que sucedió el 23 de mayo del 2017 es tan importante.
Ese día, Google anunció que comenzaría a relacionar miles de millones de transacciones con tarjetas de crédito con el comportamiento en línea de sus usuarios, que ya rastrea con datos de aplicaciones de Google, como YouTube, Gmail, Google Maps y más. Hacerlo le permite mostrar evidencia a los anunciantes de que sus avisos en línea llevan a los usuarios a realizar compras en tiendas físicas.
En la práctica, esto significa que ya no podemos esperar una diferencia significativa entre la observabilidad y la identificabilidad - si podemos ser observados, podemos ser identificados. En un estudio reciente, por ejemplo, un grupo de investigadores mostró que los datos agregados de la localización celular - los expedientes generados por nuestros teléfonos móviles cuando interactúan de manera anónima con las torres celulares cercanas- pueden identificar a individuos con precisión de entre 73 y 91 por ciento.
Incluso sin estos métodos avanzados, nunca antes ha sido tan fácil descubrir quiénes somos y lo que nos gusta. En junio, 198 millones de registros de votantes estadounidenses fueron revelados en línea, lo que nos per- mitió tener una visión pública de lo que las grandes organizaciones han conocido durante algún tiempo. Gracias a los caminos creados por nuestras continuas actividades en línea, se ha vuelto casi imposible permanecer anónimo en la era digital.
Entonces, qué hacer?
La respuesta es que tenemos que regular lo que las organizaciones y gobiernos realmente pueden hacer con nuestros datos. Simplemente, el futuro de nuestra privacidad depende de cómo son utilizados nuestros datos, en lugar de cómo o cuándo nuestros datos pueden ser recolectados. Con la excepción de quienes se excluyen completamente del mundo digital, los controles en la recolección de datos son una causa perdida.
Muchos defensores de la privacidad sin duda tendrán dificultades para aceptar que la forma en que pensamos en proteger nuestros datos es obsoleta. Pero si queremos mantener la capacidad de controlar los datos que generamos, también debemos admitir que nuestras antiguas ideas de lo que significa ser “dejados solos” ya no se aplican
Lo que hemos considerado privacidad está muriendo, si no es que ya está muerto.