AUNQUE LA HISTORIA CAUSE VERGÜENZA
Creo que no exageró un colega profesor al referir la respuesta de un estudiante al que le preguntó qué entendía por Proceso 8000. El muchacho le contestó que se trató de uno de los numerosos procesos de paz iniciados con la guerrilla. Y no es improbable que esa falsa creencia se extienda. De ahí que no sea difícil encontrar jóvenes que hoy en día cataloguen como próceres a individuos por lo menos irrecomendables.
Si en este país nadie se desacredita lo suficiente, como decía un estadista, tal realidad debe atribuírsele a la amnesia política. Por eso hay tanto bandido con todas las posibilidades y garantías para rehacer respetabilidad y privilegios, cuando al menos debería relegársele al olvido que merece. Y por eso llega a incurrirse en el disparate de desempolvar acontecimientos vergonzosos como si hubieran sido acciones heroicas. Mentiras, posverdades, embustes que les convienen a ciertos timadores que abusan de la confianza pública.
Tal vez nadie previó en 1994 el daño que se le causaría a la educación cuando la enseñanza de la historia pasó a ser cuestión superflua al eliminarle autonomía y convertirla en satélite de las ciencias sociales. No estaría cundiendo, como por desgracia ha sucedido en estos 23 años, la ignorancia sobre los hechos que han formado la identidad nacional, la debilidad del pensamiento crítico en las generaciones nuevas y la borradura de una memoria histórica que ayude a organizar un país que siembre la paz y la justicia y erradique la violencia.
Ojalá el Congreso de la República tenga la responsabilidad suficiente para aprobar el proyecto de ley que tramita desde 2016, en el cual se le introduce una reforma a la Ley General de Educación para ordenar que la enseñanza de historia “se ofrecerá como una asignatura independiente de las demás ciencias sociales”.
Restablecer la educación en historia es asunto prioritario, así nos avergoncemos de muchos episodios y protagonistas desastrosos. Entiendo que el tema concen- tra parte de la atención del Congreso que se efectúa esta semana en Medellín.
Pero que se enseñe historia con criterio ético. Jaime Jara
millo Uribe y Jorge Orlando Melo recomendaron, en documento de hace cuatro decenios, unas condiciones para el profesor de historia, que “debe tener un espíritu abierto, libre y realista. No puede ni debe ser propagandista, ni apóstol de esta o aquella idea. Debe exponer los hechos y conocimientos con objetividad y dejar desenvolver libre y espontáneo el criterio del alumno en aquellas materias susceptibles de aceptar puntos de vista diferentes o alternativos”.
Es decir, que no se rife la enseñanza de la historia para que se la ganen maestros tendenciosos y manipuladores guiados por el cálculo de conveniencias políticas y por la malicia y la mala fe atávicas
Restablecer la educación en historia es asunto prioritario, así nos avergoncemos de muchos episodios y protagonistas desastrosos.