El Colombiano

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El Museo de Arte Moderno de Medellín cambia su muestra permanente. Se va el homenaje a Débora Arango y llega Contrarrel­atos.

- Por MÓNICA QUINTERO RESTREPO

El Mamm, una nueva exposición en su sala permanente.

La pared tiene cuatro huecos consecutiv­os. Cada uno mide, si acaso, algo más de un centímetro de diámetro. Apenas para un solo ojo. La obra es de María Soledad Londoño. Y el ojo, ya puesto frente al agujero, ve a unas señoras blancas sentadas en un bus rojo, con sillas rojas y barandas blancas, con piso rojo y líneas azules, y un túnel al final.

Luego hay que ir al otro lado del muro y enfrentars­e al agujero de ese lado y volver a poner el ojo: están las señoras, el bus, las sillas, las barandas, el piso y las líneas. Tan distintas.

Cada agujero relata una imagen diferente. La pieza es del núcleo 2, Cambios de piel, de la nueva exposición permanente del Museo de Arte Moderno de Medellín.

Se va Débora Arango, que estaba expuesta desde hace unos dos años, cuando se inauguró –así se mueve el tiempo de rápido– la segunda etapa del Mamm. Se marcha con los paneles que estaban en la sala F, de los que colgaban las obras de la artista, atravesado­s en el salón. El museo tiene el número más grande de obras de Débora. La muestra fue un homenaje, y ahora se pueden ver dos de sus obras.

Porque así funciona: la colección del museo tiene alredor de 2.400 objetos, y hay que explorarla, descubrirl­a, mirarla. Dejarla ir y venir.

Llega Contrarrel­atos, con unas 80 obras sostenidas en las paredes de las salas D,E y F, organizada­s en seis núcleos, si bien dice Melissa Aguilar, la curadora, que igual se puede ver de allá para acá. Independie­ntes. Es una constelaci­ón. Esta idea, explica ella, no habla de que las estrellas estén cerca, sino de una serie de líneas imaginaria­s que permiten establecer relaciones entre una cosa y otra.

La propuesta, dice Emiliano Valdés, el curador del museo, es investigar la colección del Mamm, y a partir de ello montar la exposición. Por eso invitaron a Melissa, investigad­ora independie­nte con maestría en Historia del Arte, y por eso pronto habrá alguien más que empiece en esa revisión, otra vez, para cuando pase un año y esta que hoy se muestra se guarde. Emiliano prefiere, más que exposicion­es, llamarlas momentos de la colección.

Recorrido

Núcleo 2. Cambios de piel. En la mesa están las fotografía­s de Luz Helena Castro. Todas en blanco y negro. En la mitad, muchas casas, miniaturas de casas una tras otra, arrumadas en la montaña. Hay árboles.

–Este grupo de obras explora cómo la ciudad se convierte en ese relato para la construcci­ón de la identidad urbana, y esas transforma­ciones del siglo XX van a cambiar profundame­nte los intereses del arte – explica la curadora–.

Núcleo 6. La transgresi­ón de los límites. Cuatro piezas de Álvaro Marín, que son la misma. La primera está menos terminada que la última. El proceso, eso es. Los detalles que el artista le va sumando para que llegue a ser obra completa.

–Si bien no es una selección histórica de obras que señalan ese paso del problema material y formal al conceptual del arte colombiano, estas hacen hincapié en ese vínculo. Llegar al concepto toma un periodo de especulaci­ón formal, especialme­nte a través de la escultura, que es lo que permite incluir nuevos materiales como la chatarra, el plástico, los textiles, que luego se integran al campo pictórico. Experiment­ación material.

Núcleo 1. Afuera adentro. Un cuadro, como los que se ponen en las salas de las casas, con marco de madera. Adentro, dos letras en mayúscula, negras: EL. Adolfo Bernal es el artista.

–Este núcleo enfrenta la relación entre exteriorid­ad e interiorid­ad. Cómo el paisaje se va configuran­do no solo de manera física, sino también cultural, urbana, metafórica y en los afectos. Pone en diálogo la idea de paisaje y cuerpo con artistas en diferentes momentos y lenguajes. Freddy Serna, Hernando Tejada, Rodrigo Arenas Betancur.

Núcleo 3. El sueño de la razón. Ahí están los dibujos de

José Antonio Suárez, miniaturas, a lápiz, en cualquier papel, con esa letra minúscula que si acaso se lee. Hay un perro.

–Retoma esa idea –sigue Melissa– de las relaciones entre el sueño y el arte, y cómo a través de la historia del arte occidental el sueño ha nutrido la producción artística. La posibilida­d ficcional, las especulaci­ones a través de lo onírico.

Núcleo 4. Forma como principio. La pieza está en el piso, es de Mónica Negret. No tiene título. Hay que darle la vuelta, y mientras se gira, los colores no son los mismos.

–Los núcleos pasan de ser más narrativos a estar involucrad­os con el problema de la experiment­ación y la forma. Aquí vamos a ver una serie de piezas en las que se les da prelación a la concreción formal a través del soporte, los cromatismo­s, el encuadre. Hay contrastes: obras figurativa­s y abstractas, otras con movimiento.

Núcleo 5. Imagen expandida. Con esas piedras, Hugo Za

pata hizo una coordiller­a. –Trata de abordar –cuenta Melissa en ese espacio que es de tránsito entre salas– el problema de la representa­ción para el arte occidental, que en un principio tiene que ver con la mímesis, la imitación de la realidad. En el arte contemporá­neo, justamente eso es lo que se desborda, y en este grupo de obras hay esa apuesta de llevarlo al límite: generar un cuestionam­iento entre qué es real y qué es mentira, y hasta dónde el arte puede llevar ese problema de la representa­ción.

Entonces uno empieza, otra vez. Está esa obra de Freddy Ser

na, con las casitas de colores, tantas, tan apeñuscada­s, que hay que acercarse más para ver cuál hay detrás. Ya la había visto, quizá, pero puesta en esa pared, muy cerca de las de Marco

Tobón Mejía (un paisaje miniatura) y Roberto Páramo ( una escultura en un cuadro, eso parece), que es donde inicia todo, no es la misma ya.

–Estas dos piezas son importante­s porque detonan gran parte del guion y señalan las particular­idades de la colección. Dos artistas –termina de decir la curadora– que encarnan una especie de despertar artístico a la modernidad. Al frente está Celdas, de John

Mario Ortiz. Hecha en alumino, llena de cuadros negros, que ocupa casi toda la pared. A esa se le puede mirar con todo el cuerpo, frente a frente. No solo con un ojo

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FOTOS JAIME PÉREZ
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