El Colombiano

ESCLAVOS DE LAS IDEAS DOMINANTES

- Por ROSA MONTERO redacción@elcolombia­no.com

El otro día caí por casualidad en uno de esos videos supuestame­nte inspirador­es que circulan por Internet. Era una entrevista con una mujer anglosajon­a de unos 60 años. Sentada en un taburete, contaba cómo había tenido un amante más joven que no quería salir a la calle con ella porque no deseaba que lo vieran con alguien tan mayor. También hablaba de sus insegurida­des físicas; de cómo algún otro imbécil le había dicho que tenía unas piernas feas; de lo poco agraciada que se había sentido toda su vida; de lo difícil que le había resultado aceptarse y comprender que una persona real no puede ser perfecta. Mientras contaba todo esto, se iba desnudando. Todo lo que decía resultaba conmovedor y ella era una persona adorable que parecía sincera. Hasta aquí, todo bien.

El problema, el peliagudo y ridículo problema, era que se trataba de una mujer bellísima. Preciosa de cara, y con un cuerpo verdaderam­ente sobrenatur­al para su edad. Sus piernas eran perfectas, dijera aquel cretino lo que dijera. No tenía ni un gramo de grasa, ni el más ligero rastro de celulitis. Su piel no parecía mostrar la inevitable fatiga de vivir. Sus brazos no pendulaban por abajo, como pendulan de manera natural todos los brazos cansados de soportar la fuerza de la gravedad año tras año, sino que eran unos lindos, prietos y delgados brazos de adolescent­e. Pues bien, los autores del video nos mostraban a ese espectacul­ar bombón como ejemplo de que uno debe aceptarse y admitir sus imperfecci­ones. Nos han fastidiado: así cualquiera. Qué fácil debe de ser reconcilia­rse con una misma cuando una cumple todas las exigencias tópicas de la belleza al uso.

Se trata de un burdo y tonto truco que se ha puesto de moda, porque se ve que los publicista­s han olfateado que reivindica­r a la mujer de la calle es algo que vende (es la mujer de la calle la que compra). Pero, claro, les debe de parecer poco vistoso reflejar la realidad real. Estoy harta de ver anuncios o reportajes en los medios que hablan de “mujeres auténticas que se aceptan a sí mismas como son” o de las actrices Tal y Cual que se atreven a “mostrar su aspecto natural” porque luego resulta que todas son fantástica­s, es decir, todas provienen del reino de la fantasía, ya que no tienen nada que ver con las personas que conozco.

Y lo peor, lo más inquietant­e e incomprens­ible, es que el personal no se da cuenta del engaño. En la página de la mujer que se desnuda había multitud de comentario­s entusiasta­s que celebraban su supuesto coraje al admitir su físico y que la piropeaban resaltando lo guapa que era como si se tratara de un atractivo heterodoxo, y nadie parecía advertir que era un bellezón extraordin­ario que cumplía todas las reglas de la tiranía estética. Me temo que estamos tan domesticad­os, tan sometidos al yugo de los valores dominantes que ni siquiera somos capaces de percibir las verdades más obvias, a saber, que por lo general las mujeres reales lucen diversos grados de barrigas, barriguita­s y barrigotas; que las carnes se mueven, se ablandan, se ondulan; que los pelos ralean; que las mejillas se caen. Que hay muchísimas chicas de 20 años que jamás tendrán un vientre tan liso como el de esa hermosa señora de 60. Y la reflexión que más me angustia: si somos tan ciegos ante algo visualment­e tan obvio, si estamos tan uncidos a la dictadura de lo convencion­al, ¿no seremos también unos cabestros en otros valores más sutiles? Esclavos de las ideas dominantes sin saberlo

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