UNA MENTIRA, UN VOTO
Vota, que algo queda. Dos regímenes totalitarios han demostrado estos últimos días esta máxima, variante del «calumnia, que algo queda», elevada a la máxima potencia. Bien es cierto que uno de ellos, la Venezuela chavista, lleva años perfeccionando la «democracia de partido predominante» que inventó el PRI mexicano, y se podría decir, sin temor a equivocarnos, que ha logrado tal grado de excelencia que no hay ningún otro país en el mundo con una tiranía tan diabólicamente perfecta, bajo su apariencia de democracia deformada. Tanto es así, que en Cataluña los «nazionalistas» pretenden instaurar un sistema similar pero aún más maligno, en el que los perseguidos, vilipendiados y maltratados sean quienes paguen todo. En dos palabras: cornudos y apaleados.
A la mayoría de tiranos del planeta nunca les ha importado un bledo mantener las composturas. De hecho, formaba parte del «pack» de supervillano el no organizar una puñetera votación mientras el dictador viviera. Faltaría más. Si acaso alguna consultilla de poca monta sobre si la flor nacional debe ser la petunia, el lirio, la azalea o la belladona, o si quemaría usted a las brujas en una pira circular o pentagonal. Y ya.
Pero Chávez, que de original tenía poco, tomó prestado el modelo cubano, lo pasó por la coctelera y se sacó de la manga un sistema perverso como pocos en el que los ciudadanos no hacen más que votar sin parar para que nada cambie y la oposición no sabe ya qué hacer, si seguir presentándose o no a unas elecciones donde como mucho les dejarán rozar el mando, pero nunca agarrarlo. La prueba palpable es el resultado de las últimas elecciones regionales celebradas en aquellas queridas tierras. Contra todo pronóstico, ya que ninguna de las encuestas auguraba este resultado, ganó el partido oficial del presidente Nicolás Maduro, al que no le quieren ni en su casa. Bueno, más que ganar, el Partido Socialista Unido de Venezuela ha arrasado, logrando 17 de las 23 gobernaciones. Puedo suponer cómo se cocinó el nuevo «magasancocho» electoral. Adivino, y no andaré muy desencaminado, que se juntaron los camaradas Maduro, Cabello y la jefa de la Gestapo, doña Delcita, para discutir si debían machacar a los opositores o les dejaban unos terroncitos de azúcar para seguir corriendo. «Na, camarada. Arrásenlos. No podemos permitir que descubran todo el entramado de hurto y fraude que tenemos montado», habría dicho Diosdado, el más truhán del grupo. «En las próximas elecciones, cuando menos se lo esperen, les dejamos ganar tres gobernaciones más y se quedan tan contentos». Y así, se va perpetuando la cleptocracia perfecta, sin que nadie se atreva a llamarla dictadura, «que aquí votamos todos los días».
En Cataluña, desde que los secesionistas se creen los dueños del cortijo, en las escuelas se enseña que España es otro país, que los catalanes (de bien, claro, los «nazionalistas») son el pueblo elegido y que mientras que los españoles son vagos, haraganes y ladronzuelos, los catalanes «nazionalistas» son una mezcla apolínea entre Hércules y Aquiles. No lo digo yo. Lo dijo el «número dos» del Gobierno regional catalán, un tal Oriol Junqueras: «Los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles; más con los italianos que con los portugueses, y un poco con los suizos. Mientras que los españoles presentan más proximidad con los portugueses que con los catalanes y muy poca con los franceses»