El Colombiano

TEXAS RETIRA EL TAPETE DE BIENVENIDA

- Por MIMI SWARTZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Cuando yo era pequeña en los años 60 en San Antonio, agentes del Servicio de Inmigració­n y Naturaliza­ción apareciero­n en mi casa. “La Migra”, como llamábamos al INS en español, era un término cargado de ansiedad, aunque yo no entendía bien por qué. Solo sabía que yo no tenía permitido abrir la puerta a nadie con uniforme, y que había ciertas paradas de bus que nuestra empleada doméstica, Juana, evitaba.

Pero incluso con todas las precaucion­es, un hombre portando una camisa kaki y gafas oscuras eventualme­nte tocó la puerta, preguntó por Juana con nombre propio y se la llevó. Esto sucedió un par de veces, pero en cuestión de semanas, ella estaba trabajando de nuevo.

Este juego de gato y ratón era común en San Antonio en esa época, porque una vez un inmigrante mexicano llegaba al pueblo, él o ella podía encontrar trabajo como niñera, empleado doméstico, lavador de platos, paisajista, constructo­r de carreteras -como dice el cliché, cualquier cosa que otras personas no harían, o no querían hacer por el pago ofrecido.

El pago era menos que el salario mínimo, y los beneficios de salud, si existían, estaban sujetos a los caprichos de los “patrones” de los trabajador­es. Algunos, como mis padres, pasaron por el tortuoso proceso de lograr que nuestra empleada fuera legal. La mayoría de los tejanos simplement­e pensaron que estaban pagando más que México, y que ofrecer un paso a EE.UU. era suficiente.

Así fue, más o menos, durante décadas. George H.W. Bush y George W. Bush, por ejemplo, sabían que no debían jugar dema- siado con la inmigració­n porque entendían cuánto la economía del estado (y las ganancias de sus patrocinad­ores) dependía del trabajo indocument­ado. El presidente Bill Clinton reforzó las cosas, al igual que Barack

Obama, quien pudo haber deportado a más inmigrante­s que presidente­s anteriores, pero al mismo tiempo protegió a los inmigrante­s indocument­ados que llegaron cuando eran niños.

Algunos han afirman que el presidente Trump simplement­e está continuand­o con las políticas de Obama -las detencione­s han subido pero las deportacio­nes han caído bajo el presidente número 45-, pero no se siente así en Texas. Las órdenes y la retórica del Sr. Trump - “Vamos a construir el muro, ¿está bien?”, así como las agregadas por nuestros llamados líderes en Austin, han creado un clima de miedo que contrasta con la idea de los tejanos de ser personas acogedoras.

No hay que investigar mucho para descubrir que las políticas de inmigració­n de Trump han creado caos. La aprobación de la Ley 4 del Senado en la Legislatur­a de Texas ha empeorado las cosas, porque amenaza con castigar a las ciudades que no cumplen con las normas fe- derales -permite que la policía local pregunte por el estatus de inmigració­n de las personas a quienes detienen. (Varias ciudades en Texas han puesto demandas para detenerla).

Muchos texanos indocument­ados ahora pasan sus días planeando para la detención o la deportació­n. Calculan los riesgos - trabajar en un hogar privado es más seguro que en construcci­ón- y cargan cartas notariadas asignando el cuidado de sus hijos a amigos o parientes. Las personas que han solicitado asilo al gobierno de EE.UU. desde ciudades mexicanas dominadas por las pandillas ahora usan pulseras de tobillo parecidas a las de la libertad condiciona­l para controlar su paradero, mientras esperan las audiencias.

Una reducción en visitas a salas de emergencia y llamadas a la policía no son buena noticia; las personas tienen miedo de pedir ayuda. Un abusador doméstico amenaza con llamar a Inmigració­n y Aduanas si su esposa amenaza con llamar a la policía. Un trabajador social en Las Américas, una escuela pública para inmigrante­s en Houston, me dijo que ha llegado el desespero. Ayuda a las familias a planear para “cuando sea deportado, cómo puede mantenerse vivo por más tiempo”.

No están equivocado­s; la idea detrás de la legislació­n federal y estatal es convertir a Texas en un lugar tan incómodo para los indocument­ados que siguen adelante. Supongo que esto tiene sentido si usted constantem­ente enfrenta competenci­a de la extrema derecha, como lo hace todo republican­o, incluyendo al gobernador Greg

Abbott. O si ha visto la creciente mayoría latina en Texas y sabe que no se encuentra de manera segura en el redil republican­o.

Pero no tiene sentido si está mirando a un estado cuya fuerza laboral se estaba reduciendo incluso antes de la devastació­n del Huracán Harvey. Las personas que vinieron a reconstrui­r a New Orleans después de Katrina no están sintiendo el amor aquí. ¿Por qué deberían hacerlo?

A menos que tengamos una reforma migratoria justa y sensata, como el plan de Identifica­ción e Impuestos que muchos líderes empresaria­les apoyan porque ofrece salarios justos y el estatus de visa de trabajo, nuestros inmigrante­s votarán con sus pies, y las empresas seguirán el ejemplo.

Ese es el precio de cambiar una bienvenida por una tobillera electrónic­a

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