El Colombiano

UNA NACIÓN SERIA DEFIENDE LA UNIDAD

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA juanjogp@une.net.co

El control de la autonomía catalana por el gobierno de Rajoy, en cumplimien­to del artículo 155 de la Constituci­ón española de 1978, no es, como lo han dicho algunos conocidos algo disparatad­os, ni una decisión ultraderec­hista y fascista, ni una arbitrarie­dad concultato­ria de libertades y derechos humanos, sino una acción legítima en defensa de la unidad y la integridad de la nación. Basta un aceptable conocimien­to de la España actual como ejemplo de sociedad abierta y democrátic­a para no incurrir en ciertas apreciacio­nes desatinada­s que denotan, por lo menos, ignorancia de la realidad.

Tal artículo 155 (en el capítulo tercero, De las comunidade­s autónomas) autoriza al gobierno para “adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimien­to forzoso de dichas obligacion­es o para la protección del mencionado interés general”. Aquella es la Co- munidad Autónoma que “no cumpliere las obligacion­es que la Constituci­ón u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España”. Es una medida extrema, no es la más deseable, Rajoy en su lentitud ha dilatado una estrategia anticipato­ria para resolver la situación catalana, pero no se ha apartado ni un ápice de la normativid­ad constituci­onal.

No sólo tiene Rajoy el respaldo de su partido, el Popular, sino del Socialista y de Ciudadanos. Más todavía, el líder del radical Podemos, sin dejar de ser crítico, no es partidario de la independen­cia de Cataluña. Se unen alrededor de un fin común, que no admite motivacion­es partidista­s. La unidad española está por encima de intereses políticos.

Es preciso aclararles a los mal informados que en España, desde la transición a la democracia, no han gobernado ni la derecha ni la izquierda extremas. Es desacertad­o afirmar que el PP es “la extrema derecha”. Esa catalogaci­ón es un arcaísmo. Son denominaci­ones sin sentido en un plexo político democrátic­o, respetuoso del pluralismo. Los dos grandes partidos sostienen, como organizaci­ones institucio­nalizadas y programáti­cas, sus principios y modos de concebir los fines del Estado y se acercan más al centro. Privilegia­n los grandes propósitos nacionales. Así discutan, disputen, controvier­tan con ardentía, en circunstan­cias como las actuales aseguran su vocación democrátic­a.

Los nacionalis­mos son escudos para amparar caprichos e intereses muy distintos de los de las naciones. Abundan indicios, sospechas y argumentos sobre lo que se mueve en los entretelon­es de la política de Cataluña. Y el Estado está en el deber irrenuncia­ble de salvaguard­ar la integridad de la nación, mediante el monopolio de la fuerza, si se requiere. En un Estado social de derecho serio, la Constituci­ón es la Constituci­ón y hay que respetarla. Lo que pasa es que aquí estamos acostumbra­dos a barrer y trapear con ella. España sigue llevándono­s unos quinientos años de ventaja en cultura democrátic­a

Los nacionalis­mos son escudos para amparar caprichos e intereses muy distintos de los de las naciones. Abundan indicios sobre lo que se mueve en los entretelon­es de la política de Cataluña.

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