UNA NACIÓN SERIA DEFIENDE LA UNIDAD
El control de la autonomía catalana por el gobierno de Rajoy, en cumplimiento del artículo 155 de la Constitución española de 1978, no es, como lo han dicho algunos conocidos algo disparatados, ni una decisión ultraderechista y fascista, ni una arbitrariedad concultatoria de libertades y derechos humanos, sino una acción legítima en defensa de la unidad y la integridad de la nación. Basta un aceptable conocimiento de la España actual como ejemplo de sociedad abierta y democrática para no incurrir en ciertas apreciaciones desatinadas que denotan, por lo menos, ignorancia de la realidad.
Tal artículo 155 (en el capítulo tercero, De las comunidades autónomas) autoriza al gobierno para “adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general”. Aquella es la Co- munidad Autónoma que “no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España”. Es una medida extrema, no es la más deseable, Rajoy en su lentitud ha dilatado una estrategia anticipatoria para resolver la situación catalana, pero no se ha apartado ni un ápice de la normatividad constitucional.
No sólo tiene Rajoy el respaldo de su partido, el Popular, sino del Socialista y de Ciudadanos. Más todavía, el líder del radical Podemos, sin dejar de ser crítico, no es partidario de la independencia de Cataluña. Se unen alrededor de un fin común, que no admite motivaciones partidistas. La unidad española está por encima de intereses políticos.
Es preciso aclararles a los mal informados que en España, desde la transición a la democracia, no han gobernado ni la derecha ni la izquierda extremas. Es desacertado afirmar que el PP es “la extrema derecha”. Esa catalogación es un arcaísmo. Son denominaciones sin sentido en un plexo político democrático, respetuoso del pluralismo. Los dos grandes partidos sostienen, como organizaciones institucionalizadas y programáticas, sus principios y modos de concebir los fines del Estado y se acercan más al centro. Privilegian los grandes propósitos nacionales. Así discutan, disputen, controviertan con ardentía, en circunstancias como las actuales aseguran su vocación democrática.
Los nacionalismos son escudos para amparar caprichos e intereses muy distintos de los de las naciones. Abundan indicios, sospechas y argumentos sobre lo que se mueve en los entretelones de la política de Cataluña. Y el Estado está en el deber irrenunciable de salvaguardar la integridad de la nación, mediante el monopolio de la fuerza, si se requiere. En un Estado social de derecho serio, la Constitución es la Constitución y hay que respetarla. Lo que pasa es que aquí estamos acostumbrados a barrer y trapear con ella. España sigue llevándonos unos quinientos años de ventaja en cultura democrática
Los nacionalismos son escudos para amparar caprichos e intereses muy distintos de los de las naciones. Abundan indicios sobre lo que se mueve en los entretelones de la política de Cataluña.