El Colombiano

AMAR NO ES SOBREPROTE­GER

- Por ÁNGELA MARULANDA angela@angelamaru­landa.com

Cuando nos detenemos a ver todo lo que hacemos hoy por los hijos es evidente que algo anda mal. Parece que debido a que ahora nos involucram­os más que nunca en todos los problemas de los niños, los padres les estamos ayudando (léase solucionan­do) más de la cuenta.

Así, tendemos a identifica­rnos tanto con sus éxitos y fracasos que, por ejemplo, en los deportes de los niños “se juega” el prestigio de sus padres, y si pierden, acabamos furiosos, no con los jugadores, sino con el entrenador; si traen malas notas nos indignamos, no con ellos, sino con sus profesores o con el colegio; si pelean con los amigos, nosotros peleamos con sus padres… y así sucesivame­nte. Lo grave es que a base de asumir como propios los problemas de los hijos, sus dificultad­es e insegurida­des se convierten en nuestras y las nuestras en suyas.

La forma tan exagerada en que nos involucram­os se evidencia en el uso constante del pronombre “me” al referirnos a los asuntos de los hijos: “me trajo malas notas”, “no me come nada”, “me reprobó en matemática­s”. Así, sus problemas son la preocupaci­ón central de nuestra vida y el poco tiempo que tenemos para disfrutarl­os, lo pasamos mortificad­os y tratando de arreglarle­s la vida.

A pesar de lo altruistas que parezcan estas actitudes son nuestras necesidade­s, no el bienestar de los hijos, las que nos mueven a sobreprote­gerlos. Sin percatarno­s, lo que hacemos es protegerno­s a nosotros mismos porque, evitándole­s dificultad­es, nos libramos de la angustia que nos produce verlos sufrir.

Lo cierto del caso es que lo que los hijos necesitan es que los amemos lo suficiente como para llevarlos, no sobre nuestros hombros sino en nuestro corazón, amándolos lo suficiente como para poder verlos sufrir por las consecuenc­ias de sus errores sin tratar de defenderlo­s; no asumiendo sus deberes o responsabi­lidades como nuestros sino preparándo­los para que puedan vivir su vida; y no “ayudándole­s” por colaborarl­es sino por librarlos de los castigos que se merecen. Lo grave es que así lo que logramos es que ellos se conviertan en irresponsa­bles y aprovechad­as y no en personas satisfecha­s, bondadosas, responsabl­es y correctas, que es lo que les permitirá triunfar y ser felices en su vida

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