EDITORIAL
Mauricio Macri logró hacer creíble su promesa de que su proyecto reformista aún es posible. Y los votantes le concedieron la mayoría, a pesar de que tendrá que tomar decisiones impopulares.
“Mauricio Macri logró hacer creíble su promesa de que su proyecto reformista aún es posible. Y los votantes le concedieron la mayoría, a pesar de que tendrá que tomar decisiones impopulares”.
Dos años de gobierno va a ajustar Mauricio Macri, en Argentina. Triunfó en las elecciones de 2015 con un apretado margen, y ha debido lidiar con un Congreso en el cual no tenía mayorías y, sobre todo, con la constante presencia de su antecesora, la populista Cristina Fernández de Kirchner, dos veces presidenta y quien junto con su fallecido esposo, el también expresidente Néstor Kirchner, dominó durante 12 años todos los resortes de la política argentina.
El domingo pasado se elegía un tercio del Senado y la mitad de la Cámara de Diputados. Una elección legislativa que en los sistemas políticos donde se usan estos calendarios electorales de “mitaca” decide, ante todo, la suerte del trayecto final de un gobierno al que se puede premiar o castigar, y sus posibilidades reales de reelección para el período siguiente.
Macri, el primer presidente en más de cinco décadas que no es peronista ni radical, se topó con unas estructuras montadas durante años por el peronismo y el justicialismo, que lejos de tener discurso monolítico abarcan buena parte del espectro ideológico de la muy politizada sociedad argentina, que ha recelado también durante décadas del empresariado y las políticas del liberalismo económico.
En estos dos años Macri ha tenido liderazgo interno y externo, rompió con el régimen chavista y recuperó la credibilidad para su país. No ha podido conseguir formidables cifras económicas. Sin embargo, consiguió lo que puede considerarse una proeza en un ambiente tan crítico e inconforme como el argentino: lograr que los vo- tantes hayan valorado como creíble su promesa de que puede construir todavía un proyecto reformista exitoso.
Al conocer que su movimiento político Cambiemos ganó las elecciones en la provincia de Buenos Aires y en otros cinco distritos que concentran el 66 % de la población -muchos de ellos peronistas y kirchneristas de siempre- Macri anunció que ahora sí abor- dará el proyecto reformista que su país requiere. Dijo que “es importante que entendamos que entramos en una etapa de reformismo permanente. La Argentina no tiene que parar y tenerle miedo a las reformas”.
Macri y su movimiento tendrán mayorías más sólidas en el Senado y en la Cámara de Diputados, y aunque no mayoría absoluta, sí podrán concertar el apoyo a las refor- mas que no se pueden aplazar más, como las económicas - tienen la segunda inflación más alta del continente, después de la de Venezuela- y la laboral, que seguramente generará tensiones sociales y con los poderosos sindicatos, todavía con gran capacidad de movilización en las calles.
Ayer, el día poselectoral, muchos políticos y analistas de dentro y de afuera se anticiparon a declarar el fin de la carrera de Cristina Fernández, a pesar de que salió elegida senadora por Buenos Aires. No es tan simple. Aunque el bloque opositor esté dividido y el prestigio de la expresidenta esté menguado, no es realista considerarla liquidada. Lleva desde 1989 siendo electa en cargos de representación, tiene capacidad de movilización política y un discurso que aún cala en amplios sectores de población. Es, además, una opositora fogueada y eficaz. Y mientras Macri y su gobierno desgastarán su imagen con proyectos impopulares, ella y su movimiento se ubicarán en el lado “cómodo”, acoplado a los mensajes populistas, pues quien gobierna y decide es el que tiene que cargar con la responsabilidad de los ajustes económicos, sociales y laborales, no por inaplazables menos polémicos