El Colombiano

LAS BOBADAS DEL PEP

- Por HUMBERTO MONTERO hmontero@larazon.es

Cada vez que escucho pronunciar a alguien la letanía de que «todo el mundo tiene derecho a decir lo que piensa» corro a revisar si el sujeto en cuestión pasó del primer grado. Tamaña falacia corre pareja a otra que se escucha con mucha frecuencia para condensar como una loncha de queso fundido en un sándwich la esencia de la democracia. «En democracia hay que respetar las opiniones de todos», suelen decir los pollos más aventajado­s del corral, paladines de la democracia directa del twitter, que a eso han rebajado el menos imperfecto de los sistemas políticos conocidos. Pero la democracia representa­tiva, la suya y la mía, no son 140 caracteres. Hizo falta mucha sangre para levantarla. La democracia tiene dos pilares fundamenta­les y todo lo demás son memeces de abrevadero. La primera, es la prevalenci­a de la propiedad privada sobre la ley de la selva. La segunda, el imperio de la ley, que se acuerda por la mayoría y se aplica a todos y cada uno de los ciudadanos. Les guste o no. De un tiempo a esta parte, a los ácratas de salón, tipo Pep Guar

diola, el hoy entrenador del Manchester City y ex del Barça, les ha dado por iniciar revolucion­es desde sus iPhone de última generación. Vía twitter cómo no, el sistema en el que paren todas sus ocurrencia­s los memos del mundo, desde Maduro a Trump. Hará unos días, ese anarquista millonario que es Guardiola tuvo una nueva ocurrencia referida a la intervenci­ón del Gobierno de España de la autonomía catalana, región española donde se enseña en las escuelas que España –o sea ellos incluidos– es un Estado opresor y antidemócr­ata en el que sus ciudadanos son feos, gordos, bajos y maleducado­s, mientras los catalanes de pura cepa (los que se sienten españoles no, eh, aunque sean mayoría) son modelos de Hermés que nacen con tres carreras universita­rias y mean colonia. El Pep, profeta de la tierra prometida, dijo: «La voz del pueblo es más fuerte que cualquier ley». Y se abrieron las aguas. Ocurre, sin embargo, que el hombre aún no ha inventado ningún instrument­o infalible para medir cuál es la voz del pueblo ni cuántos decibelios de «voz del pueblo» son necesarios para mandar a la triturador­a de papeles todas las leyes, que por cierto han aprobado los legislador­es que representa­n, mire usted por donde, al pueblo. Normal que cada vez que alguien esté pidiendo que se escuche la voz del pueblo o, como en el caso de Guardiola, apoye directamen­te la supremacía del pueblo sobre la ley, la cosa acabe con desfiles multitudin­arios con el brazo o el puño en alto, la quema de libros y los campos de exterminio. La ley, señor entrenador de un equipo de fútbol, lo es todo, porque sin ella lo que queda es la voz de un pueblo cautivo: la dictadura. Si no le gusta la ley, cámbiela por métodos legales o, de lo contrario, lo que está apoyando es un golpe contra la democracia, contra lo que quiere la mayoría que se ha otorgado ese cuerpo legal.

El Pep, que ya era un truhán en sus tiempos de recogepelo­tas en el Camp Nou, no sabe de lo que habla, pero le da igual. Él, como otros muchos iletrados en esta materia, cacarea sin cesar hasta quedarse sin aire. Si por ellos fuera, el mundo lo gobernaría «la voz del pueblo», la suya vaya, la de los referéndum a la norcoreana en urnas de tupperware, sin garantía alguna y en los que el órgano electoral (esa supuesta voz del pueblo) ofrece un recuento ¡con el 100,88 % de los votos escrutados!

Ya de paso, como la voz del pueblo es más fuerte que la ley, que arbitren los hinchas del United los partidos de fútbol del equipo que dirige el Pep. Para que pruebe su medicina

La ley, señor Guardiola, lo es todo, porque sin ella lo que queda es la voz de un pueblo cautivo: la dictadura. Si no le gusta la ley, cámbiela por métodos legales.

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