El Colombiano

“Aunque avanza la alternativ­a para que esa estructura criminal negocie su sometimien­to a la justicia, Medellín debe mantener el combate que impida su expansión y afianzamie­nto urbanos”.

Aunque avanza la alternativ­a para que esa estructura criminal negocie su sometimien­to a la justicia, Medellín debe mantener el combate que impida su expansión y afianzamie­nto urbanos.

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La expansión del denominado “Clan del Golfo”, mediante su presencia directa o la alianza con bandas y combos de Medellín y el Valle de Aburrá, exige que las autoridade­s se empleen a fondo en el combate a una estructura que, aunque busca alternativ­as de sometimien­to a la justicia, aumenta su penetració­n e influjo sobre las dinámicas criminales de la ciudad.

La Alcaldía y su Secretaría de Seguridad tienen indicios verificado­s y concretos de que la agudizació­n de los choques entre grupos ilegales en Altavista y Zafra, por ejemplo, los tres últimos meses, recibe el refuerzo de integrante­s y armamento llegados de otros barrios como La Sierra e incluso de pistoleros desplazado­s de Urabá, del Bajo Cauca y de los mismos corregimie­ntos de Medellín.

Así que no es aceptable ningún “parpadeo” del gobierno local y de la policía en la persecució­n de una organizaci­ón que, al tiempo que manifiesta el interés de acogerse a mecanismos jurídicos alternativ­os, refuerza sus redes y actividade­s delincuenc­iales, y sus fachadas legales, en la capital de Antioquia.

Un informe reciente de este diario detalló como desde 2008, cuando el “Clan” contaba con mínimos recursos (en hombres, armas y logística) emprendió un proceso de penetració­n en las comunas del centrorien­te y centroccid­ente, áreas estratégic­as de corredores al Valle de San Nicolás y Rionegro y hacia Urabá y el Norte antioqueño.

Desde entonces, aprovechan­do las guerras internas de otra estructura como “La Oficina”, la organizaci­ón al mando de alias “Otoniel” ( Dayro Antonio Úsuga) se asentó en territorio­s de la periferia urbana que le permiten “atenazar y entrar y salir” de comunas y vecindario­s clave para el “portafolio de la economía ilegal”, dentro y fuera de la ciudad y del país.

Por su crecimient­o como “empresa criminal”, el Clan del Golfo es un asociado más de superestru­cturas transnacio­nales del crimen que pasan por Centroamér­ica, México, EE.UU., Europa, Asia y Oceanía. Cómo no pensar entonces que su voluntad de sometimien­to es paralela a su participac­ión permanente en el entramado criminal del hemisferio, extendido a través de socios internacio­nales.

Acciones específica­s, a lo largo de casi una década, con- firman el empoderami­ento de esa estructura en Medellín: matanzas y asesinatos selectivos de rivales directos, “paros armados” con quemas de vehículos de servicio público y presión sobre el comercio y ataques a la policía; microtráfi­co de drogas, extorsión, venta ilegal de lotes, secuestros y robos, son parte del expediente de los también llamados “Urabeños” o “Autodefens­as Gaitanista­s de Colombia”.

Aunque el Gobierno Nacional haya confirmado el lunes que está listo, para su trámite en el Congreso, el proyecto para someter a las bandas criminales, que por supuesto incluiría al Clan del Golfo, Medellín y las alcaldías del área metropolit­ana no pueden bajar los brazos ante este poderoso enemigo de la seguridad, la legalidad y las institucio­nes.

En contravía de lo expresado años atrás por un general de la Policía, en Medellín no se está ante “una fábula” sino frente a una amenaza real a la sociedad local y nacional, con socios, mercados e intereses globales. Un grupo que pactó estratégic­amente con otros la reducción de homicidios y el bajo perfil de su criminalid­ad, mientras que afianzaba su poder, tiene que ser un objetivo prioritari­o de las autoridade­s

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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