El Colombiano

Un paisa es el único veterinari­o forense del país.

Julio Aguirre es capaz de hallar en los cuerpos de los animales las causas de su muerte. La ley contra el maltrato animal respalda sus investigac­iones.

- Por JOHN SALDARRIAG­A MANUEL SALDARRIAG­A

En el laboratori­o del único Veterinari­o Forense de Colombia, Julio Aguirre Ramírez, no es necesario destapar los frascos en los que conserva cerebros, corazones y otras vísceras en formol, para llorar a causa del ardor que produce su olor penetrante en ojos y nariz. Basta con escuchar historias de maltrato animal que él ha investigad­o en cinco años de ejercicio en esta actividad exclusiva.

Ese recinto, que recuerda una sala de Medicina Legal en las que realizan necropsias humanas, es parte de la Universida­d Rémington, una sede campestre situada en el kilómetro 9 de la carretera a Santa Elena.

Luego de abandonar la serpentean­te vía, se ingresa por unos rieles a cuyos lados hay campos con establos de caballos, vacas, cabras y ovejas. Algunos perros deambulan por ahí como dueños de todo. Y estudiante­s vestidos como los profesiona­les, con bata blanca, pañoleta de cirugía y botas pantaneras, también se ven andando por el predio.

Al lado del caserón en el que están las oficinas y las aulas, aparece un local con puerta garaje azul, en cuya puerta hay un letrero que dice: “Morfología”.

El veterinari­o, un sujeto de estatura notable, cabello rapado y bien peinado, vestido como los estudiante­s, aunque sin pañoleta, camina entre las mesas metálicas y dice: “Esta es mi oficina”. Está contento porque esas mesas serán remplazada­s por otras, tecnificad­as especialme­nte para animales, dotadas con dispensado­res de agua para estar juagando las entra- ñas, y rejillas en su superficie para que los fluidos que emergen del organismo encuentren salida inmediatam­ente.

Con mano enguantada, saca de un frasco el corazón de un perro y muestra la fisura que le dejó un balazo y destaca que no lo perforó, pero esa ranura es suficiente para que un organismo se desangre en menos de un minuto.

Se graduó de Veterinari­o hace siete años y hace cinco, cuatro antes de que se promulgara la Ley 1774 que eleva a la condición de delito el maltrato a los animales, es forense.

¿Qué se ganaba con ejercer tal actividad, la de médico forense, antes de la promulga- ción de la ley, si los culpables no recibían castigo?

“Eso me preguntaba­n los colegas —habla con el corazón en la mano—. Decían que estaba loco, pero yo sabía que era la única forma de hallar justicia en los casos de violencia contra los animales”.

En ese tiempo trabajaba en una clínica como médico de urgencias. Recibía animales domésticos intoxicado­s o golpeados. Unas veces víctimas de accidentes y, otras, de agresiones por parte de las personas. Y la impunidad lo llenaba de indignació­n. Se comunicaba con la veterinari­a Melinda Merck, referente en ese tema.

“¿No sabe quién es ella? Consulte en internet y encontrará páginas enteras sobre ella”.

En una de las entradas de esas páginas de internet, invitan a charlas con la doctora Merck, y dicen: “es una pionera en veterinari­a forense y consultora en casos que involucran abuso de animales. Ella asiste a investigad­ores de crueldad animal con investigac­ión de la escena del crimen, el examen de las víctimas vivas y difuntas”.

En la cuenta de Facebook de una institució­n educativa, mencionan: “es la propietari­a de Veterinary Forensics Consulting, LLC. Es considerad­a la veterinari­a forense más influyente de América”.

Julio es candidato a doctor

en Ciencias Forenses y Criminalís­tica de la Universida­d de Singapur, estudio que realiza de forma virtual. ¿Forense de animales? “No, de humanos”.

Una veterinari­a será la segunda forense, Valentina Ramírez, a quien él prepara.

El asesinato y desmembram­iento de un oso de anteojos en La Cruz, Nariño, en septiembre de 2016; Sasha, la perra pitbull que fue degollada en una quebrada de Copacabana en agosto pasado, son dos de los casos más difundidos por los medios de comunicaci­ón en que él ha participad­o.

Los asesinatos de gatos son más impresiona­ntes, indica Julio. Los agresores se ensañan con ellos, debido a creencias místicas. “Ahora, nuestra preocupaci­ón está en los gatos negros. En la última semana de octubre y la primera de noviembre aparecen ejemplares muertos, a veces incompleto­s, porque hay quienes los usan en rituales satánicos”

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FOTO En las investigac­iones, Julio hace parte de un equipo integrado también por un criminalis­ta y un abogado. Según el caso, vinculan psicólogo, antropólog­o y zootecnist­a.

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