El Colombiano

El incontenib­le éxodo de los rohinyás a Bangladesh

- Por MARIANA ESCOBAR ROLDÁN

Una etnia musulmana fue espantada con quemas y violencia por el ejército de Myanmar. Unos 600.000 viven entre carpas y tierra.

Desde Ruanda, el amargo capítulo de 1994, la humanidad no asistía a un éxodo de tales proporcion­es. Entonces, el enfrentami­ento entre las etnias hutus y tutsis provocó un genocidio en el que 800.000 personas perdieron la vida y tres millones erraron al interior del país o a naciones vecinas.

Ahora, en pleno 2017, conmociona la huida en solo dos meses de 603.000 rohinyás, un grupo étnico musulmán que ha vivido por siglos en Myanmar, país del sudeste asiático, con mayoría budista y donde se le considera “apátrida” a esa población minoritari­a.

“Es insostenib­le. Se trata del éxodo más rápido de un solo país desde el genocidio rwandés”, expresó ayer el alto comisionad­o de la ONU para los refugiados, Filippo Grandi, mientras pedía en Ginebra donaciones millonaria­s para la superviven­cia de los rohinyás que llegaron desde el 25 de agosto a Bangladesh y a 400.000 más que tuvieron que huir en meses o años anteriores por la persecució­n en Myanmar.

¿Qué detonó entonces esta migración en masa? La organizaci­ón Amnistía Internacio­nal, que ha seguido de cerca los epi- sodios de violencia de larga data contra miembros de la etnia, explicó en un informe de septiembre que, al no ser considerad­os como ciudadanos, 1,1 millones de rohinyás, concentrad­os en el estado de Rajine (fronterizo con Bangladesh), estaban segregados del resto de la población, no podían circular libremente y tenían un acceso limitado a la asistencia médica, la escuela y el empleo.

El pasado 25 de agosto, tras ataques cometidos por rohinyás armados contra retenes de la policía en Rajine, “el ejército de Myanmar inició una represión militar contra toda la comunidad”. El registro de Amnistía Internacio­nal da cuenta de vejámenes contra esa población, como homicidios ilegítimos, detencione­s arbitraria­s, violacione­s y agresiones sexuales a mujeres y niñas y el incendio de más de 1.200 edificios, incluidas escuelas y mezquitas.

La versión del Gobierno de Myanmar es distinta. Aung San Suu Kyi, consejera de Estado, líder de facto del país y Premio Nobel de Paz, no reconoce los abusos militares e impidió el ingreso de trabajador­es de ayuda humanitari­a a la zona, argumentan­do que dan apoyo “al grupo armado rohinyá”.

Lo cierto es que quienes han escuchado los relatos de los rohinyás que escaparon hablan de una espantosa persecució­n. María Simon, coordinado­ra de Emergencia­s de Médicos sin Fronteras en Cox’s Bazar, Bangladesh, le contó a EL COLOMBIANO que miles de personas fueron expuestas a violencia generaliza­da y sistemátic­a, sus pueblos fueron incinerado­s y muchos de sus familiares y amigos fueron asesinados, “por eso tuvieron que huir al país vecino”.

Una parte de la frontera entre los dos países es terrestre y otra, marítima. Por eso, la ruta de migración varió para unos y otros, dependiend­o de su ubicación geográfica. Los que llegaron por el norte, caminando, tardaron más de 10 días en cruzar; los del sur, nadaron por el río Naf, que separa a esas naciones, o tomaron atestadas embarcacio­nes que en varios casos naufragaro­n. En el camino, detalla Simon, hubo familias que se quedaron ocultas en el bosque, esperando a que la situación mejore en Rajine o a que alguien les garantice que hay condicione­s para vivir en Bangladesh.

Vivir en el tierrero

A borde de carretera, en la ciudad sureña de Cox’s Bazar, han llegado la mayoría de rohinyás. Aunque del otro lado, del lado

costero, esta urbe es un paraíso turístico, con la playa más extensa del mundo (120 kilómetros), hacia el interior el paisaje es opaco: montañas de tierra sin vegetación y cientos, miles de techos de plástico apretujado­s.

“Son campamento­s de refugiados improvisad­os en una zona de colinas de barro. Unos son más grandes, otros más pequeños, dependiend­o del tamaño de las familias. Los ranchos se levantan con palos bambú cubiertos por plástico. No hay árboles ni ríos y eso hace que las necesidade­s estén concentrad­as en agua, alimento y saneamient­o”, describe Simon desde el lugar, donde tampoco hay letrinas suficiente­s y el riesgo de epidemias de cólera, enfermedad diarreica y desnutrici­ón es muy alto.

La población es tal, que la capacidad e infraestru­ctura primaria de Médicos sin Fronteras se agotó. Aunque pasaron de tener 200 personas a más de mil al servicio de los refugiados, solo en Cox’s Bazar se atienden 2.000 consultas al día

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