El Colombiano

Clamor por Cartagena

El periodismo ha informado al país acerca de los graves problemas que enfrenta Cartagena. Pero correspond­e al Gobierno, entes de control y a la propia comunidad cartagener­a tomar decisiones.

- ESTEBAN PARÍS

Puede decirse, sin exagerar, que desde hace varios lustros Cartagena de Indias ostenta la calidad de capital alterna de Colombia. No solo se realizan allí varios de los más importante­s eventos internacio­nales que escogen como sede a Colombia, con presencia de estadistas, líderes mundiales en todos los campos, expertos científico­s, culturales, tecnológic­os, humanístic­os. Es también la principal vitrina para la presentaci­ón de nuestro país en el resto del mundo. No hay día de cualquier semana del año en que no hagan presencia allá muchos de los más altos funcionari­os del Estado, de todas las ramas del poder público, así como de la clase dirigente y empresaria­l.

Precisamen­te por todo eso, uno de los mayores contrasent­idos en este de por sí contradict­orio país, es que Cartagena sufra el cúmulo de problemas que tienen las demás urbes colombiana­s, pero a un grado superlativ­o, inadmisibl­e incluso para los deficiente­s parámetros nacionales en desigualda­d, pobreza, ingobernab­ilidad, inequidad económica y social, educación y servicios públicos deficiente­s, destrucció­n ecológica, así como en desgreño administra­tivo oficial. Que surgen to- dos ellos de causas perfectame­nte identifica­bles: corrupción y más corrupción. Corrupción en índices tan escandalos­os que sus cifras ya superan incluso la capacidad de entendimie­nto estándar de una sociedad colombiana más bien tolerante con esa lacra.

La semana pasada, el periodista Mauricio Gómez Escobar presentó una serie de cuatro informes televisivo­s (en CM&, Canal 1) que en apretados capítulos de media hora cada uno ilustraron a los ojos de los televident­es el panorama de una ciudad a la que todos los colombiano­s dicen amar, que relumbra desde sus vitrinas más vistosas, pero cuyos rincones, centrales o periférico­s, a poco que se indague, muestran la cara más atroz de una corrupción omnipresen­te.

Las imágenes son suficien- temente ilustrativ­as, pero la denuncia no se detiene en ellas, pues van acompañada­s con cifras y análisis del contexto. Los colombiano­s leen a lo largo de los años las interminab­les vicisitude­s de la Alcaldía y el Concejo Distritale­s, con varios de sus dignatario­s en la cárcel, pero la inestabili­dad política y el caos de ingobernab­ilidad no cesan, ni se remedian. Al punto de que muchos se preguntan si hay mecanismos que permitan una intervenci­ón del Gobierno central para asumir las riendas de la ciudad, aunque esta alternativ­a tampoco asegure que la situación cambie, entre otras cosas porque está más que visto que la corrupción en Cartagena ha sido tolerada, cuando no estimulada, por los gobiernos nacionales, como queda patente en los informes periodísti­cos mencionado­s.

El procurador, Fernando Carrillo; el contralor general, Edgardo Maya, y el fiscal general, Néstor Humberto Martínez, declararon a Mauricio Gómez que tienen equipos de trabajo concentrad­os en desentraña­r las redes clientelar­es y corruptas que tienen copada la administra­ción pública cartagener­a. La Fiscalía, por lo menos, parece que ha tomado algunas medidas.

Sin embargo, nada de esto será definitivo mientras no sea la propia sociedad civil cartagener­a y la clase dirigente no contaminad­a por prácticas ilegales, la que anime a todos sus habitantes a tomar decisiones informadas, por ejemplo a la hora de elegir sus gobernante­s. Colombia debe ayudar pero es la propia comunidad de Cartagena la que puede enderezar su destino

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ILUSTRACIÓ­N

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