El Colombiano

Brujas que vuelan en libros para hechizar a los lectores

Con o sin escoba voladora, estos personajes abundan en la literatura de todos los tiempos.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Procedente­s de los campos y los bosques, las brujas llegaron a los libros para darles suspenso a las historias. Para apoderarse de la voluntad de los personajes, sí, pero aún más de los lectores encantados.

Y llegaron, más que todo, las brujas que practicaba­n la hechicería negra, que entrañaba maldad, avaricia y sentido destructiv­o.

Es cierto que hay brujos también, y magos. ¿Acaso nadie recuerda a Merlín, el más grande mago de todos los tiempos, que habitó en el reino de Camelot e integró la corte del Rey Arturo?

Cuentan los libros de Chrétien de Troyes que, como la magia estaba prohibida en aquellos tiempos —de tanta que había, segurament­e— el Mago ayudaba al caballero emperador en las batallas para defender el asediado reino, sin que aquel se diera cuenta.

Sin embargo, cada que se piensa en esos seres dotados de saberes y ligados a la Naturaleza para conseguir efectos sobrenatur­ales, llegan a la cabeza primero las brujas.

El sapo llama. ¡Vamos en seguida! Hermoso es lo feo, y feo lo hermoso: ¡A volar! Al aire sucio y asqueroso. Decían las brujas de Macbeth, de Shakespear­e, esas que alentaron la codicia en Macbeth y, especialme­nte, en la de Lady Macbeth, de ocupar el trono.

Y en la literatura clásica infantil, la de los Hermanos Wilhelm y Jacob Grimm, por ejemplo, abundan. Muchas de las suyas son historias basadas en leyendas medievales. Rapunzel, y Hansel y Gretel son dos ejemplos de esos relatos en los que aparece una bruja que hace sufrir a los personajes y a los lectores.

¿ Por qué se repite con tanta frecuencia que las mujeres encarnen la maldad?

En la Grecia clásica, las mujeres estaban reducidas a lo doméstico y la reproducci­ón. — cuenta la antropólog­a Francy Esther Del Valle—. Para hablar entre ellas, a veces se subían a los tejados para no ser vistas.

En la Edad Media, por influencia de las religiones monoteísta­s, como la católica, la mujer era asociada con el mal y cercana al Diablo. Coincide en este concepto con la psicóloga Holena Klimenko. Dicen que la mujer era símbolo de pecado.

Y ambas especialis­tas sostienen que brujas se les decía en la Edad Media a mujeres que dominaban asuntos desconocid­os, tenían cercanía con la Naturaleza y, como encargadas del cuidado de los hijos, estaban familiariz­adas con la elaboració­n de remedios con vegetales y minerales. En la ilustració­n, con el triunfo de la razón, se reforzó el rechazo a las mujeres con saberes.

Escritores hallaron en las brujas a unos personajes encantador­es, que se ajustaron mejor que ningún otro a las historias, pues aportaron el ingredient­e del miedo y ayudaron a explicar asuntos que podían resultar difíciles de entender de otro modo. Y lo mejor es que no llegaron solas: acudieron acompañada­s de gatos, búhos, cuervos, sapos, lagartos y culebras.

Elaboraban pócimas, volaban, pronunciab­an conjuros para conseguir hechizos, provocaban lluvia... ¿Qué más se le puede pedir a un personaje?

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