LAS BUENAS MANERAS
Después de la pavorosa lista de denuncias sobre corrupción en el caso Odebrecht desplegada en el Congreso por los senadores Jorge Robledo y
Claudia López, volvieron a aparecer las críticas a la legisladora de Alianza Verde. Porque sus imputaciones, dicen con aire superior sus contradictores, se diluyen en el escándalo de su gritería. Porque las acusaciones de despilfarros y componendas, reiteran, se convierten en anécdotas eclipsadas por su exaltación. Porque es más trascendente el tono que el robo y aun cuando se tiene en frente la cara de la descomposición en el manejo de lo público, enmascarada con las risas del cinismo, hay que mantener las buenas maneras.
Resulta sintomático del Estado de las cosas nacionales que, aunque las denuncias se hicieron en un debate organizado también por Robledo, los indignados prefirieron dirigir el grueso de sus insultos a la mujer y que a esa batería de descalificaciones agreguen después burlas porque su pareja es del mismo sexo, en un miserable interés por la vida privada que no se repite con nadie más en el Congreso.
Le sueltan con rencor el apodo de “la gritona”, como si una ofensa de ese tipo, colegial y burda, fuera suficiente para desviar la atención de su trabajo. Son el machismo y la misoginia enquistados en los partidos más tradicionales de Colombia y que saltan anacrónicos en algunas de las co- lectividades más jóvenes.
López dijo que no responde a la puerilidad que sustenta el otro bando. Que seguirá con sus denuncias, a los gritos si es necesario, porque el país está obligado a despertarse ante el robo de la nación por los mismos que sonríen en campaña y desfalcan cuando están en su curul. Que la superficialidad de ese tipo de críticas esconde un calculado interés por sepultar las acusaciones que deberían conducir a la cárcel a varios congresistas.
Todo causa indignación, pero no extraña. Históricamente la clase política nuestra, en un altísimo porcentaje, ha sido experta en anteponer la forma al fondo, mientras la corrupción predomina en los pabellones del Congreso o en la alcaldía de un pueblo remoto. Siempre cuidadosos de la estética, de los modales y la hipocresía, los delincuentes que desvalijan el Estado tienen una extraña obsesión por exponer el pulcro blanco de sus cuellos
Todo causa indignación, pero no extraña. La clase política ha sido experta en anteponer la forma al fondo, mientras predomina la corrupción en el Congreso.