El Colombiano

TODOS LOS SANTOS

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Celebrar la fiesta de todos los santos es avivar el deseo de gozar de su compañía, de hacer del cielo el anhelo de cada latido del corazón. Realmente las buenas obras no nos hacen santos, sino que manifiesta­n nuestra santidad, Dios acontecien­do en nosotros.

Dios y santo son la misma cosa de distinto modo. Con todo, Dios dice infinitame­nte más que santo, pues lo santo, lo perfecto, lo completo, lo acabado, tiene contornos, Dios no. De Dios, por ser novedad continua, toda definición carece de sentido.

Lo que sabemos de Dios no es Dios, eso fue. Si queremos saber algo de Dios, la vigilancia ha de ser nuestra actitud permanente, pues en cada momento aparece su novedad, la novedad de lo divino, como para vivir arrobado, en éxtasis.

Si la santidad es Dios, la piedra, el árbol y el pájaro al igual que el hombre somos santos, dada la presencia del Creador en nosotros. Así entendemos que Jacob al despertar del sueño en que vio una escalera que estribaba en el cielo, se dijera presa de la fascinació­n: “¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!” (Génesis 28, 18).

Por estar el Creador en todo, la santidad es patrimonio común de la creación. Realmente las buenas obras no nos hacen santos, sino que manifiesta­n nuestra santidad, Dios acontecien­do en nosotros. Y así, sacralizar o hacer sagrada una cosa es tomar conciencia de que Dios está presente en ella.

Para San Bernardo, que tuvo una mirada penetrante del corazón de Dios, los santos no necesitan nuestra alabanza y devoción. Más bien, venerar su memoria redunda en beneficio de nosotros mismos. Pensar en los santos encendía en San Bernardo el deseo de ser como ellos. Dime qué deseas y te diré quién eres.

La fiesta de todos los santos nos pertenece a todos. Celebrarla es un orgullo que nos compromete demasiado. “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Juan 14,23). Ser la morada de Dios es la verdadera santidad.

Santa Teresita escribió: “¡Oh Dios mío, Trinidad santa! Yo quiero amarte y hacerte amar […] Deseo cumplir perfectame­nte tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santa, pero siento mi impotencia, y por eso te pido, Dios mío, que seas Tú mismo mi santidad”.

Celebrar la fiesta de todos los santos es avivar el deseo de gozar de su compañía, de hacer del cielo el anhelo de cada latido del corazón, cultivando con esmero la relación de inmediatez de amor con el Creador, el verdadero santo, la fuente de toda santidad en la tierra y en el cielo

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