UNA TREGUA DE NAVIDAD
Cómo no esperar que trantos seres gruñones y rencorosos, e incluso animados de instintos protervos se dejen contagiar del no sé qué maravilloso que desarma los espíritus.
En la tarde dominical gozamos de los primeros buñuelos y natilla de la temporada en agradable reunión familiar. Porque llegó Navidad. Y hace unos días asistimos a una de las espléndidas tertulias que dirige en su casa el maestro Augusto Busta
mante, que ensayó parte del repertorio de villancicos de su incomparable conjunto vocal, para empezar la construcción de su clásico Pesebre. Los cultores del pesebrismo están en su fiesta. Hay que ver las hermosas exposiciones que ya en días próximos van a abrirse.
El ambiente está colmado de arreglos, motivos y sones navideños en los centros comerciales. Y la señal de partida de la temporada la marcaron las cadenas radiales con la emisión de los saludos que se nos grabaron desde hace más de media centuria, como el de Caracol, que “formula votos fer- vientes de paz y prosperidad”.
Los críticos un tanto aguafiestas le atribuyen ese advenimiento prematuro de la agitación navideña al consumismo, al exacerbado afán de lucro de los comerciantes, al paganismo que minimiza las vivencias espirituales y, en fin, a un cúmulo de factores negativos, sin dejar de incluir la capacidad manipuladora de los medios de comunicación, a los que resulta inevitable que sindiquen de ser los culpables, al fin de cuentas, de todo lo malo y pernicioso que pueda emerger en el espectro de los hechos sociales.
No reniego de la Navidad. Me encanta. Ojalá no sólo comenzara el 31 de octubre para concluir en febrero, sino que se extendiera a lo largo del año, sin interrupción. Pueden señalarme como iluso e ingenuo. Pero el motivo primordial está en que el sentimiento navideño, sea porque nace de las profundidades del alma o porque influyen el ambiente y las circunstancias, despierta unas ganas incontrolables de compartir la bondad que no deberían suspenderse al terminar la temporada.
Si hasta el mismo amargado señor Schrooge del cuento de Dickens sintió que se obraba en él el prodigio de enternecerse con los cantos al Nacimiento, cómo no esperar que tantos seres gruñones y rencorosos, e incluso animados de instintos protervos se dejen contagiar del no sé qué maravilloso que apacigua, desarma los espíritus y nos hace pensar y obrar en actitudes fraternas, no sólo aquí sino a lo largo y ancho de esta aldea global, como se aprecia en los telediarios, en las publicaciones de internet y en las constancias audiovisuales que estamos captando sobre cómo viven día a día los habitantes del planeta.
Mientras escribo esta columna voy escuchando Joy to
the world y quisiera que de algún modo comenzara en torno de la mesa del hogar, en la Universidad, en la ciudad, en el país y en el mundo, una larga y serena tregua local y universal porque llegó Navidad