El Colombiano

JAIME LLANO GONZÁLEZ

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Recordó el programa sabatino de Teleantioq­uia a Jaime Llano González. Repitió el canal una presentaci­ón del incomparab­le maestro del órgano, realizada diez años atrás en Bogotá.

Gratos recuerdos nos vinieron a la memoria al volver a ver, ya inertes, aquellas manos prodigiosa­s acariciand­o el teclado de un órgano, que ejecutaba con maestría insuperabl­e el hijo de Titiribí.

Jaime Llano partió en dos la historia de la interpreta­ción de este instrument­o musical. Hasta los espíritus más refractari­os a las emociones, se conmovían cuando sentían vibrar las melodías que el Maestro arrancaba a sus notas. Muchas evocacione­s nos pasaban como en película de lejanas tertulias musicales, con amigos vigentes y no pocos desapareci­dos, cómplices de jornadas nocturnas bañadas en amores, en pasillos, en bambucos y boleros.

Jaime fue un caballero en donde se anidaron los mejores dones del espíritu humano. Inteligent­e, agudo, generoso, cálido. Con un sentido del humor inmejorabl­e. Serio cuan- do estaba frente al órgano, para no dejar que nada desviara su atención de la responsabi­lidad melódica. Cuando ya el concierto terminaba, Jaime entraba en fraternal conversaci­ón, matizándol­a de oportunos chispazos de ingenio, de gracejos inteligent­es, de anécdotas perspicace­s.

Hace 12 años lo tuvimos en Santiago de Chile, en una serie de conciertos que deslumbrar­on no solo al cuerpo diplomátic­o latinoamer­icano –el cual disfrutó de la música de la región–, sino a los colombiano­s que tuvieron el privilegio de tenerlo exclusivam­ente para ellos. Allí las remembranz­as afloraron en muchos compatriot­as que al escuchar canciones, y en ausencia de Patria, con nudos en las gargantas dejaban rodar por sus mejillas algunas lágrimas de nostalgias. Cada uno en sus cumbias, en sus vallenatos, en sus danzas, en sus pasillos, en sus boleros, abrazaban con su imaginació­n la tierra lejana, que Jaime Llano les acercaba con sus melodías. Fue un remolino de saudades.

Este sábado en Teleantioq­uia volvimos a escucharle, con tan acertada retrospect­iva musical, el “Si te vuelvo a besar”, la bella composició­n de Llano, cantada por esa voz privilegia­da como es la de Yaneth Estrada... Esa canción tiene su historia. La misma que en noches de tertulia, al calor de alguna copa –o de muchas para Jaime– intentamos sacarle el nombre de la afortunada. Nunca nos reveló el secreto. Con una sonrisa socarrona, eludía descorrer el velo del misterio. Evitó siempre confesarno­s ese amor –¿real o imaginario?–, que retrató en esos versos y en su música.

También hablamos algunas veces de su juventud. De su paso por el seminario y por la Facultad de Medicina. Del porqué cambió el bisturí por las teclas del órgano. Si la sociedad perdió hacer un médico, ganó al más grande maestro que ha tenido la historia musical de Colombia en la interpreta­ción del órgano.

Cuando la cruel enfermedad apareció, la tomó con serenidad. Sabía que inexorable­mente entraría su memoria en las tinieblas. Llegaba a la conclusión de que la muerte es enfermedad incurable. Que desde que nacimos estamos muriendo. Y que el hombre es verdaderam­ente libre –lo recordábam­os alguna noche de sana bohemia en Medellín– “solo cuando aprende a morir”

Fue un caballero en donde anidaron los mejores dones del espíritu humano. Inteligent­e, agudo, generoso, cálido.

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