COMISIÓN DE LA VERDAD: DECIR EL DOLOR
Alexandra Pizarnik propuso la mejor definición de cualquier cosa: “La soledad es no poder decirla”. Claro, se refirió únicamente a un sentimiento pero sin proponérselo hizo el exacto encomio de la palabra.
No solo la soledad es no decirla, también lo es la tristeza, la culpa, la derrota, la furia, en fin, el conjunto de dolencias del alma. Cuando el sabio de la calle dice “eso se hincha”, profiere idéntico diagnóstico.
El que calla, enferma. El que se come el dolor lo incuba. Los sentimientos malignos son una infección que pudre los órganos de la carne. Es preciso aplicarle un antibiótico, una sustancia que desinflame y bata en retirada la materia contaminada.
Desde todos los tiempos ese remedio está al alcance in- cluso de los menos pudientes. No es preciso pagar un médico ni un sicólogo. No hay que ir a la farmacia ni contratar masajista.
Pizarnik ya lo formuló: ¡Dígalo! Deje salir el pus por la boca, emita un clamor, pronuncie su reclamo a los cielos y a los abismos, nárrelo ante el mejor amigo. Si la definición misma de la soledad es su silencio, es claro que abatir este silencio conduce a la eliminación de la soledad. Lo que ocurre con los individuos vale para las colectividades. Preguntado por Marisol
Gómez, en El Tiempo, sobre si cree que la Comisión de la Verdad puede acabar con la actual polarización, el padre Francis
co de Roux, su presidente, contestó: “Creo que ese es el desa- fío de la Comisión… Salirnos de lo que para mí es un trauma cultural y social muy profundo… Estos traumas se producen porque hay sufrimientos muy grandes, muy generalizados, mucho dolor y muchas indignaciones”.
Por eso se llama “de la Verdad” esta comisión. Y la verdad se declara en palabras. Po- der decir la palabra equivale a derrotar los traumas. Poder decir el dolor es apaciguar el sufrimiento. Este dolor es histórico, irremediable, nadie resucita al hijo descuartizado. En cambio el sufrimiento depende de que cada cual le abra o le cierre la puerta.
Es más sencillo este procedimiento con las personas tomadas una a una. Cuando se trata de una sociedad, hay bandos, sectas, cada cual pretende que su dolor y su verdad sean los únicos dolorosos y verdaderos. El padre de Roux así los incluye: “espero que se sientan escuchados. Y que si no pueden llegar a confiar en lo que nosotros produciremos, por lo menos que se sientan respetados”
Este dolor es histórico, irremediable, nadie resucita al hijo descuartizado. En cambio el sufrimiento depende de que cada cual le abra o cierre la puerta.