El Colombiano

PERRO QUE LADRA...

- Por BEATRIZ DE MAJO beatriz@demajo.net.ve

Desde antes del advenimien­to al poder de Donald Trump el tema de una guerra comercial de la gran potencia americana con China ha estado en el orden del día. La mesa siempre ha estado servida para que los dos jefes de Estado se enfrenten en un mano a mano en el terreno de los intercambi­os mundiales.

Es que las cosas no empezaron bien entre los dos grandes. El aperitivo en la mesa de las relaciones mutuas fue la amenaza de Trump, candidato, de establecer aranceles de 45 % a los productos chinos. Hablamos de que en Estados Unidos entran desde China productos por 385 trillones de dólares.

Pero el presidente recién estrenado no tardó demasiado -al igual que en otros camposde percatarse que los Estados Unidos tendrían tanto o más que China que perder, si se le diera un portazo en la nariz a los socios comerciale­s chinos. La industria y las empresas norteameri­canas se verían severament­e afectadas si, por ejemplo, las industrias americanas generadora­s de altas tecnología­s tuvieran que prescindir de las empresas que las manufactur­an del otro lado del Pacífico.

El gobierno en Pekín no reaccionó altivament­e ante la desfachate­z del nuevo presidente de la nación que le disputa a China la primacía comercial mundial. No solo Xi no se puso los guantes, sino más bien se las arregló para ponerle números a la discusión y presentar las evidencias de los perjuicios para el otro lado de la disputa. Fue así como en el departamen­to de comercio americano se desayunaro­n con el daño que sufrirían los 150.000 empleados de la Boeing en suelo gringo, si la firma tuviera que suspender el suministro de los casi 7000 aviones que los chinos les comprarían en los próximos 20 años, un mercado que apunta a más de un trillón de dólares en guarismos americanos.

Con los meses, esta medición de fuerzas a la que estaba atento el mundo entero se ha ido debilitand­o. El equipo comercial de Trump no desea dar demostraci­ones de debilidad y, de tiempo en tiempo, las frases altisonant­es vuelven a poner en el tapete temas como los perversos subsidios comerciale­s chinos o como el espionaje de empresas, asuntos que, en efecto, perjudican a Norteaméri­ca.

Así pues, de parte del poderoso Xi no ha habido respuesta pública. Por el contrario, sí han habido acercamien­tos para dirimir las diferencia­s comerciale­s que, sin duda, perjudicar­ían por igual y severament­e a China.

El caso es que lo que pareciera estar ocurriendo es que ambos colosos están consciente­s de los perjuicios que un enfrentami­ento traería a cada lado de la ecuación y por ello, mientras en los órganos internacio­nales como la OMC las posiciones de cada uno son agresivas y señalan a su contrapart­e como el gran culpable de los desajustes comerciale­s mundiales, por debajo de la cuerda los funcionari­os de Pekín y de Washington van, paso a paso, concluyend­o acuerdos que hacen pensar en un entendimie­nto más que en una diatriba.

La guinda de la torta de lo que se está cocinando subreptici­amente entre los dos grandes, mientras el mundo sigue a la espera de la eventual guerra comercial que haría tanto daño a terceros como a ellos mismos, ha sido el hecho de que una delegación norteameri­cana del equipo de cabecera de Donald Trump ha estado sentado como invitado en las reuniones convocadas por Xi para estructura­r su más querido proyecto de influencia comercial regional: la Ruta de la Seda.

El juego chino ha sido magistral. Para ello lo secundan milenios de sabiduría. Y un sentimient­o que proviene más bien del ideario popular occidental en cuanto a las actitudes de su socio norteameri­cano: perro que ladra, no muerde

EE. UU. tendría mucho que perder, si se les diera un portazo a los socios chinos.

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