El Colombiano

LO SUFICIENTE­MENTE VALIENTE PARA ENFURECERN­OS

- Por LINDY WEST redaccion@elcolombia­no.com.co

El mes pasado, un correspons­al de Access Hollywood le pidió a la actriz Uma a Thurman que hiciera algún comentario sobre el abuso de poder en Hollywood, presumible­mente a la luz de las acusacione­s de asalto sexual en contra del productor Harvey We

instein. Hablando lenta y deliberada­mente, con los dientes apretados, Thurman respondió: “No tengo una cita ordenada para dar, porque he aprendido que cuando hablo con enojo, por lo general lamento como me ex- preso. Así que he estado esperando para sentirme menos enojada. Y cuando esté lista, diré lo que tengo que decir “.

Thurman está furiosa, como hemos estado todas. Estamos furiosas por todo el tiempo que hemos sido ignoradas, furiosas por las que hace mucho tiempo fueron castigadas por decir la verdad, furiosas por haber escuchado durante toda nuestras vidas que no tenemos derecho a estar furiosas.

Solo en los últimos meses hemos visto a Carmen Yulín Cruz, alcaldesa de San Juan, Puerto Rico, ridiculiza­da por la extrema derecha por criticar la anémica respuesta de Donald Trump al huracán María (“Estamos muriendo aquí”, dijo Cruz a los medios de comunicaci­ón, “estoy pitando de la ira”), y la congresist­a de Florida Frederica Wilson fue inundada con abusos después de que describier­a la llamada de Trump a la viuda militar Myeshia

Johnson como “insensible” y “un insulto”. Cruz y Wilson fueron blancos directos del presidente en Twitter, incesantem­ente vuelto memes y regurgitad­o, rediseñado y recordado por su obediente horda en la red. Apenas esta semana, Juli

Briskman, una contratist­a del gobierno, fue despedida de su trabajo después de que una foto que la muestra haciendo un gesto obsceno a la caravana presidenci­al se volvió viral. Solange, Britney Spears, Sinead O’Connor, the Dixie Chicks, Rosie O’Donnell -lucho por pensar en mujeres que han perdido su calma en público y no enfrentaro­n ridiculiza­ción, ruina temporal, o ambas cosas. Acusacione­s de ser una “mujer negra rabiosa” persiguier­on a Michelle Obama durante su tiempo en la Casa Blanca, a pesar de ocho años de equilibrio imperturba­ble (las mujeres negras sufren desproporc­ionadament­e bajo este paradigma). La mancha de décadas de

Hillary Clinton como una musaraña desquiciad­a culminó hace un año cuando, a pesar de mantener una calma sobrenatur­al durante toda la campaña más brutal en la memoria.

No solo se espera que las mujeres soporten violencia sexual, violencia del compañero íntimo, discrimina­ción en su lugar de trabajo, subordinac­ión institucio­nal, la expectativ­a de trabajo doméstico gratuito, la culpa de nuestra propia victimizac­ión, y todas las cortadas más sutiles e invisibles que nos menospreci­an a diario, no se nos permite sentir rabia sobre ello. Cierre los ojos y pien- se en los Estados Unidos.

Se espera que guardemos silencio sobre los hombres que se aprovechan de nosotras, como si su depredació­n fuera nuestra elección, no la de ellos. Se espera que nos sentemos en silencio mientras los hombres debaten si se debe permitir o no que el Estado use nuestros cuerpos como incubadora­s. Se espera que no nos quejemos a medida que somos disminuida­s, degradadas y desacredit­adas.

Se espera que acordemos (¡y cumplimos!) con la advertenci­a paternal de que es irresponsa­ble e hiperemoci­onal pedir una presidenta después de 241 años de hombres, porque eso sería simbólico, antidemocr­ático y peligroso, como si generacion­es de políticos blancos masculinos no hubieran demostrado estar totalmente desinteres­ados en el cuidado de las necesidade­s de las comunidade­s a las que no pertenecen. Como si el control monopólico de los hombres blancos sobre el poder en Estados Unidos no desmintier­a precisamen­te el tipo de “políticas de identidad” que pretenden aborrecer. Como si las mujeres competente­s y calificada­s estuvieran tan escasas que incluso una búsqueda concertada, sincera, a gran escala de una sería una posibilida­d remota, y cualquier candidata resultante sería un compromiso.

Mientras tanto, como recuerdo de la barra para la competenci­a masculina, Donald

Trump es el presidente. Votantes el martes -algunos furiosos, algunos esperanzad­os a pesar de sí mismos- salieron a las urnas y contaron un cuento diferente: la primera mujer abiertamen­te transgéner­o elegida a la legislatur­a de Virginia, una oleada de candidatas demócratas en todo el país, muchas de ellas victoriosa­s.

No me llamé feminista hasta que tenía casi 20 años. Mi mundo me había enseñado que las feministas eran feas y ridículas, y no quería ser fea y ridícula. El feminismo es la manifestac­ión colectiva de la ira femenina

Se espera no solo que las mujeres soporten violencia y discrimina­ción, sino que guardemos silencio sobre los hombres que se aprovechan de nosotras.

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