El Colombiano

LA COMISIÓN DE LA VERDAD

- Por ALDO CIVICO acivico@me.com

La verdad los hará libres. O sea, libres de un pasado que congela identidade­s, que evita la evolución y que no concede al otro la posibilida­d de cambiar sino que lo condena a un insoportab­le eterno presente.

En cambio, la libertad que la verdad otorga permite que las alas puedan despegar y alcanzar así horizontes inexplorad­os. Estoy convencido de que esta es la oportunida­d que la Comisión de la Verdad representa para todos los colombiano­s. De hecho, cuando los medios anunciaron a los integrante­s de la Comisión, fue espontáneo para mí pensar en las muchas historias que he conocido durante los casi veinte años que he viajado por el país.

Pensé, por ejemplo, en un estudiante que tuve en Columbia University, hijo de una de las familias más influyente­s del país. Él tenía menos de 14 años cuando las Farc trataron de secuestrar­lo. Sus padres tuvieron que enviarlo a los Estados Unidos para proteger su vida. Recuerdo que me mencionaba las pesadillas que aún tenía y el espanto que le provocaba escuchar a un carro frenar.

También recordé a un niño de doce años que conocí en un albergue para desplazado­s aquí en Medellín. Después de ser testigo del asesinato de su papá por parte de los paramilita­res, la misma noche del asesinato abandonó la vereda junto a su mamá y sus tres hermanos para desplazars­e a la ciudad. Cuando llegó a Medellín, una de las primeras cosas que lo impresionó fue un semáforo, algo que nunca antes había visto en su vida.

Pensé también en un niño soldado quien me contó cómo para huir de los abusos de su papá decidió entregarse a un comandante de las Farc. Tenía solamente siete años cuando se volvió guerriller­o. Me acordé también de un soldado que conocí en la casa de unos amigos. Estaba en una silla de rue- das porque una mina le había destrozado las dos piernas.

Pensé en muchas otras víctimas. Para todas finalmente ha llegado la hora no solo de conocer, sino también de participar en la construcci­ón de la verdad para que todo el país tome conciencia de los múltiples factores que han mantenido a Colombia prisionera de ciclos de violencia, y que hoy se podrían finalmente interrumpi­r.

Por eso, los protagonis­tas de esta comisión no deberán ser sus miembros , como lo ha enfatizado su presidente, el jesuita Francisco DeRoux, sino todas las víctimas, sin distinción. Los miembros de la comisión deberán demostrar que tienen la madurez y la sabiduría para dejar a un lado su propio sesgo ideológico para generar un espacio desde el cual emerja una verdad que sea capaz de trascender la violencia y transforma­r al país.

La Comisión de la Verdad entonces puede ser la oportunida­d para asumir colectivam­ente la responsabi­lidad de un futuro distinto para el país, demostrand­o al mismo tiempo que este país sí tiene el coraje para lograr una paz auténtica. Vendrán grandes lecciones para todos de parte de aquellos que han vivido en su propia piel las atrocidade­s de esta larga historia de conflicto y violencia

Los miembros de la comisión deberán demostrar que tienen la sabiduría para dejar a un lado su propio sesgo ideológico.

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