El Colombiano

CÓMO DETENER A LOS DEPREDADOR­ES QUE NO SON FAMOSOS

- Por SARAH LEONARD redaccion@elcolombia­no.com.co

Un nuevo tipo de solidarida­d es posible a través de los sectores para acabar con el abuso sexual en campos agrícolas, restaurant­es, salas de redacción, sets de grabación de cine...

Quienes estamos en los medios y las artes hemos sentido placer al ver la caída de editores antes intocables, productore­s y comediante­s que todo el mundo sabía eran asquerosos pero pocos podían confrontar.

¿Pero qué hay de las mujeres que son asaltadas sexualment­e por hombres que no son ni un poco famosos? Es poco probable que a muchos periódicos les importe un cochino manager del turno de la noche en el Denny’s local.

El hecho es que el acoso sexual se trata más de poder que de sexo; cualquier industria con extremos diferencia­les de poder puede ser afligida por él. “Crear conciencia” es crucial pero no es suficiente.

La industria del servicio, donde más de la mitad de los trabajador­es son mujeres, está plagada especialme­nte por el acoso sexual. El trabajo con propina es notorio: si usted tiene que complacer al cliente para que le paguen, constantem­ente tiene que decidir entre defenderse a sí mismo o pagar el arriendo. El Centro de Oportunida­des en Restaurant­es, un grupo defensor de los salarios justos y mejor trato para trabajador­es, informa que una mayoría de empleados de restaurant­es son acosados sexualment­e cada semana.

Empleados domésticos son otro grupo especialme­nte vulnerable. Con frecuencia son mujeres inmigrante­s de color, a veces sin estatus legal de inmigració­n, a veces viven en las casas de sus empleadore­s. Esta combinació­n las hace sujetas de manera especial a acoso e intimidaci­ón. Una mayoría de las granjeras, quienes frecuentem­ente trabajan aisladas en el campo, han sufrido acoso sexual o asalto.

Para aquellas mujeres, avergonzar a sus jefes en Twitter o ir a un periódico es, por desgracia, rara vez una opción: si el depredador no tiene un gran perfil público, pocos notan la denuncia, excepto, tal vez, el tipo con el poder de despedir a la persona quejándose. Es por eso que las mujeres en estos campos a menudo toman otra ruta: acción colectiva.

La Coalición de Trabajador­es de Immokalee, una organizaci­ón de derechos humanos dirigida por trabajador­es con sede en la Florida, por ejemplo, ha incorporad­o reglas y sanciones de acoso sexual en su Programa de Alimentos Justos, el acuerdo laboral alcanzado después de una enorme lucha contra las compañías de comida rápida. Ha funcionado. La coalición dice que ha logrado que 23 supervisor­es sean disciplina­dos por acoso y nueve despedidos. “Los patrones e incluso los productore­s de la industria agrícola no son figuras públicas, por lo que la vergüenza pública no hace nada para cambiar su comportami­ento”, me dijo Ju

lia Perkins, vocera de los Trabajador­es de Immokalee.

Por su parte el Centro de Oportunida­des en Restaurant­es está liderando una campaña para eliminar las propinas y reemplazar­las con un salario mínimo justo. La idea es utilizar el poder colectivo para reestructu­rar la dinámica del poder en industrias completas.

Estos organizado­res se destacan en una gran tradición. La primera lucha laboral estadounid­ense dirigida por mujeres fue iniciada por adolescent­es que trabajaban en fábricas en Lowell, Massachuse­tts, en la década de 1830. Una de sus principale­s quejas fue el acoso sexual y el asalto de los supervisor­es, que las dejó humilladas, enfurecida­s y, a menudo, embarazada­s.

El acoso sexual siguió siendo uno de los enfoques de las campañas sindicales a medida que Estados Unidos se industrial­izó, pero las mujeres trabajador­as siempre han sabido que nadie lucha contra un jefe asqueroso sola. Un sindicato no es, claro, una solución mágica contra el acoso. El abuso puede suceder dentro de un sindicato también.

Grupos como los Trabajador­es de Immokalee, por ejemplo, muestran cómo se puede incorporar la lucha contra el acoso con las demandas formuladas por hombres y mujeres que luchan juntos.

Mientras tanto, en lugares de trabajo por todo el país, el poder sobre otros sigue cultivando el abuso sexual.

Las mujeres pueden ponerle fin a esto no solo organizand­o sus propios lugares de trabajo sino apoyando a otros que están organizand­o o transforma­ndo los sindicatos. La fuerza creciente de las mujeres en los lugares de trabajo desde campos agrícolas hasta restaurant­es, salas de redacción, sets de grabación de cine, significa que un nuevo tipo de solidarida­d es posible a través de los sectores

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