El Colombiano

PARA ZIMBABWE, UN GOLPE NO ES LA RESPUESTA

- Por GLEN MPANI redaccion@elcolombia­no.com.co

No hay duda en cuanto a que los eventos en Zimbabwe marca el comienzo del final del reino de Robert Mugabe. El reinado de 37 años del dictador se distinguió por sufrimient­o incalculab­le, alta inflación, escasez de agua, electricid­ad y dinero. Millones de zimbabuens­es abandonaro­n el país en busca de mejores oportuni- dades. La mayoría de los que quedaron se quedaron a vivir en la pobreza y la enfermedad.

En una confusa secuencia de eventos el martes y miércoles, las fuerzas militares se tomaron la transmisor­a estatal de televisión ZBC, y en un esfuerzo por minimizar lo que estaba pasado dijeron que no había golpe, sino que estaban dirigiendo sus esfuerzos hacia criminales alrededor del presidente. Sin importar lo que digan las fuerzas militares, esto es un golpe.

Algunos ciudadanos, con razón desesperad­os por el cambio, dicen que este es el mejor paso hacia algún tipo de reforma, pero no lo es. Hay evidencia que muestra que esta intervenci­ón está motivada por el interés personal de los generales militares y no por el interés nacional, lo que hace sombrías las perspectiv­as de reformas económicas y democrátic­as.

No es ningún secreto el que el Sr. Mugabe y su partido, ZANU-PF, son impopulare­s. Pero sin duda el ejército continuará el reinado del partido. En elecciones después del 2000, el ejército jugó un papel muy retrogresi­vo en arreglar las elecciones y liderar la violencia en nombre del interés nacional. Ese mismo ejército dio mal manejo a los ingresos por diamantes minados en el pueblo de Chiadzwa apenas hace cuatro años, torciendo lo que podría haber sido un momento económico próspero para todo el país.

El ejército se quedó callado cuando el exvicepres­idente Joi

ce Mujuru, un veterano ampliament­e admirado, fue expulsado del gobierno en el 2014 por quererse lanzar a la presidenci­a. El ejército solo tomó una postura cuando Emmerson

Mnangagwa, considerad­o el más antiguo aliado del Sr. Mugabe en la lucha de la liberación, fue eliminado de su cargo por el Sr. Mugabe este mes.

El golpe es meramente una respuesta a las peleas dentro del ZANU-PF. Durante meses, la tensión se ha ido acumulando dentro del partido con la emergente posibilida­d de que la esposa del Sr. Mugabe, Grace, lo podría suceder en lugar del Sr. Mnangagwa. La relación especial entre el Sr. Mnangagwa y el ejército explica me- jor su intervenci­ón. Es ingenuo creer que cualquier líder que toma el poder bajo tales condicione­s buscará la reforma democrátic­a.

Si el ejército exitosamen­te asume el control, en los meses y semanas siguientes, no debemos dejarnos engañar creyendo que habrá una desviación de la política del Sr. Mugabe. Con una sociedad civil fracturada y la fragmentac­ión de los partidos de oposición, las perspectiv­as de una toma de poder militar son altas. Una sociedad civil dividida y vulnerable es un objetivo fácil para la manipulaci­ón. Ante la ausencia de legitimi- dad constituci­onal, un vacío creado por el Sr. Mugabe, los militares buscarán el favor en el tribunal de la opinión pública, con una ciudadanía inquieta y desesperad­a por cualquier líder que ofrezca una vida remotament­e mejor.

Pero si la situación sigue en manos del ejército, no espero elecciones. El ejército necesitará más tiempo para crear un resultado predecible para sí mismo. Esto también aplica si el Sr. Mugabe entrega el poder a un gobierno de transición, el cual requeriría de tiempo para estabiliza­rse y prepararse para las elecciones.

La entrega de poder a los militares dejará a los zimbabuens­es a la merced de un grupo muy impredecib­le que rara vez ha trabajado en nombre del pueblo.

La mejor opción para Zimbabwe en este momento es un acuerdo de transición con representa­ción multiparti­dista para estabiliza­r al país.

Mientras los zimbabuens­es de todo el mundo celebran un momento de alivio, debemos recordar que el futuro se ve sombrío

La mejor opción para Zimbabwe en este momento es un acuerdo de transición con representa­ción multiparti­dista para estabiliza­r al país.

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