El Colombiano

IMÁGENES

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Hay imágenes que no se superan, que lo encuentran a uno para perpetuars­e, para ser narradas eternament­e. A veces recuerdo el olor de la gasolina de aquel accidente de tránsito en el cual volaron personas por las ventanas apenas el carro se volteó porque se chocó con otro que se pasó un semáforo en rojo. Recuerdo también la cara de pánico de un jovencito que al tropezarse contra un andén quedó expuesto en la avenida y a centímetro­s de que un bus lo arrollara. Él no podía creer que hubiera quedado vivo, el conductor tampoco, casi no puede volver a arrancar al darse cuenta de lo que pudo haber pasado si no hubiera frenado a tiempo. Y así me podría quedar evocando instantes que se quedan en la vida y uno los va contando una y otra vez porque no dejan de ser increíbles.

Pero no siempre las imágenes que más se recuerdan son de este tipo, hay otras imágenes que pueden ser incluso más aterradora­s así no pase mucho; o al menos eso fue lo que sentí hace un par de semanas cuando entré a una tienda de cadena a almorzar y vi en una mesa a alias “Popeye”. Comía pollo tranquilam­ente como un colombiano más que ese día decide no cocinar y almuerza por fuera.

Un sicario de vieja data comiendo pollo tranquilam­ente en un comedor público no me ha dejado tranquilo, me ha confrontad­o, me ha hecho pensar en muchas cosas. Porque uno no puede haber puesto bombas, asesinado alrededor de 300 personas y haber estado detrás de tres mil homicidios más por orden de Pablo Escobar y seguir la vida como si nada.

Y aquí viene una de las tan- tas confrontac­iones conmigo mismo. Soy consciente de que él estuvo en la cárcel y pagó lo que según la justicia colombina debía pagar; sin embargo, no me cuadra en la cabeza que alguien que se vanagloria de los crímenes cometidos pueda volver a tener una vida “normal”. La pa- radoja está en que otros sicarios pagan condenas ejemplares en el exterior de 10 cadenas perpetuas, por ejemplo.

Mientras él estuvo ahí, varias personas se le acercaron, charlaron con él y le pidieron autógrafos. Me dolió percibir que Popeye, para muchos, es un sobrevivie­nte, un héroe. Ahora, digamos que él se merece una segunda oportunida­d, todos en este país la merecemos, mucho más en el momento en el que estamos, pero por más que lo intento, no logro superar la imagen de ese acto tan sencillo de alguien que sostiene una presa de pollo con las mismas manos que hicieron correr tanta sangre y generaron tanto dolor en nuestro país

Un sicario de vieja data comiendo pollo tranquilam­ente en un comedor público no me ha dejado tranquilo, me ha confrontad­o, me ha hecho pensar en muchas cosas.

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