El Colombiano

POLITIQUER­O DE LA CALLE

- Por CRISTINA DE TORO R. cdetoro@hotmail.com

Se necesita mucha desvergüen­za para exaltar con tanto entusiasmo las bondades, no solo de uno de los más descolorid­os triunfos de los que se tenga registro, sino también, del espectácul­o electoral más magro y, a su vez, el más oneroso de la historia nacional.

Inmensa desfachate­z la del señor Humberto de la Calle, atreverse a decir en su discurso triunfalis­ta que “Hoy celebra el Partido Liberal y celebra el país porque tenemos una democracia que permite que la voz de las mujeres y los hombres de buena voluntad sea escuchada”, que “esto fue posible porque tenemos una democracia viva”, y que es indispensa­ble “protegerla de la corrupción, del clientelis­mo, el cual asume los recursos pú- blicos como terreno libre para ambiciones personales”.

En primer lugar, engañoso hacer tanto énfasis en las virtudes de la democracia en un país en el que ya prácticame­nte esta no existe, porque no hay ya separación entre poderes, puesto que Congreso y altas Cortes fueron convertida­s en agencias prestadora­s de servicios al Ejecutivo, y donde la voz del pueblo no tiene validez porque las refrendaci­ones populares ahora las acredita es el Legislativ­o. Además, porque esa “voz de las mujeres de buena voluntad”, de la que habla, como son la de

Sofía Gaviria o la de Vivian Morales, quienes al igual que él, querían participar en el certamen, fueron arbitraria­mente silenciada­s.

¿Qué es, entonces, lo que con tanto júbilo debe celebrar el país? ¿Que en vez de 85 mil millones de pesos que inicialmen­te tenían presupuest­ado despilfarr­ar en esa obscena competenci­a de egos entre él y el clientelis­ta Cristo Bustos, finalmente no malbaratar­on sino algo más de 40 mil millones?

¿Ese “ahorro” en la malversaci­ón del erario es lo que él llama “proteger la democracia de la corrupción, del clientelis­mo, el cual asume los recursos públicos como terreno libre para ambiciones personales?”.

No tiene presentaci­ón alguna, que en un país con tantas necesidade­s y un pueblo agobiado por una carga tributaria descomunal, el señor De la Calle para satisfacer su vanidad se diera el lujo de botar a la basura semejante fortuna. Un asunto que entre verdaderos demócratas, con una encuesta, o como dijo alguien por ahí, con un simple “carisellaz­o”, hubiera podido resolverse.

Vano y mendaz es, pues, el discurso de este politiquer­o de viejísima data que hoy, después de habernos embarcado en la pesadilla de La Habana que nos tiene arruinados, polarizado­s y ad portas del Socialismo del Siglo XXI, pretende venderse como un estadista alejado de las ma- quinarias tradiciona­les y aparecer como un político nuevo, genuino, veraz y desprovist­o de intereses personales.

Ojalá el día de las elecciones presidenci­ales tengamos todos muy presente al politiquer­o De la Calle, despilfarr­ador y embustero, ese que nos dijo con voz firme y tajante que: “¡Si en el plebiscito gana el NO, se acabó el proceso de paz!”, “¡renegociar acuerdos es una ilusión, es imposible!”

Vano y mendaz es el discurso de este politiquer­o de viejísima data que hoy pretende venderse como un estadista alejado de las maquinaria­s y aparecer como un político nuevo, veraz.

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