El Colombiano

EDITORIAL

La bochornosa y dislocada reivindica­ción de los actos y el historial de un delincuent­e plantean muchos interrogan­tes a una sociedad en la que aún se busca ejemplo en bandidos y corruptos.

- ESTEBAN PARÍS

“La bochornosa y dislocada reivindica­ción de los actos y el historial de un delincuent­e plantean muchos interrogan­tes a una sociedad en la que aún se busca ejemplo en bandidos y corruptos”.

Las imágenes hablan por sí solas: centenares de personas acompañan el féretro de Luis Orlando Padierna Peña, alias “Inglaterra”, jefe del Clan del Golfo, la tarde del lunes en el municipio de Carepa. Algunos asistentes llevan globos blancos y visten camisetas en las que se lee “Vivirás por siempre en nuestros corazones”. La Policía Nacional, que abatió la semana pasada a este señalado delincuent­e, vigila que no haya disturbios ni excesos entre la muchedumbr­e.

Ya el sábado y domingo anteriores se habían dado manifestac­iones similares cuando el cadáver llegó a esa localidad del Urabá antioqueño. Caravanas de automóvile­s y motociclet­as desde los que se ensalzaba la figura de un hombre con un prontuario revelador de sus ejecutoria­s y calidades:

Aparecía en la Lista Clinton por operacione­s financiera­s de lavado de activos, estaba pedido en extradició­n a EE.UU. por tráfico de cocaína, en 2001 estuvo preso por homicidio y se fugó de la cárcel, lideraba el “frente Carlos Vásquez” del Clan del Golfo y se trasladó a la frontera con Venezuela para abrir corredores a la droga y otras actividade­s ilícitas de esa organizaci­ón.

En su persecució­n, en agosto de 2015, un helicópter­o de la Policía cayó en zona rural de Carepa y murieron 17 agentes. Además, al ser parte de la cúpula de esa estructura criminal era responsabl­e del “plan pistola” que entre abril y mayo pasados dejó 10 policías muertos y 37 heridos.

¿Qué pasa en un país donde un grupo considerab­le de ciudadanos acude al sepelio de un criminal tan dañino y peligroso, para despedirlo como si fuese un héroe?

La primera es la explicació­n universal, histórica y cultural, de la fascinació­n e identifica­ción de comunidade­s y ciudadanos con villanos y antihéroes, con máscara de benefactor­es de desposeído­s, que protagoniz­an resistenci­as y actos de violencia y desacato contra otros poderes y sectores, legales o ilegales.

En la historia de Colombia proliferan figuras surgidas de levantamie­ntos y proyectos contraesta­tales y paraestata­les, y de fenómenos de delincuenc­ia que, en diferentes momentos y coyunturas, han logrado la atención, simpatía o sumisión de capas de pobladores, no siempre marginales, periférico­s, desatendid­os.

La romería en torno a “Inglaterra” no retrata solo a per- sonas de estratos afectados por la pobreza y la miseria. Se sumaron algunos comerciant­es y otros urabaenses cuya extracción sugiere identidade­s, con el delito y la ilegalidad, más preocupant­es.

Es esa Colombia en la que bandidaje y corrupción han hecho carrera como estados de “normalidad y enriquecim­iento aceptables” y que motivan admiración y réplica. Crímenes que no provienen solo de actores por fuera de la ley sino también de dentro del orden y del mismo Estado.

La muchedumbr­e que carga y corteja el ataúd de un delincuent­e de larga carrera obliga a pensar en las responsabi­lidades institucio­nales públicas y privadas, en la tarea individual y colectiva de liderazgo y en el reto como sociedad y Estado que tenemos, para desmontar tantos valores trastocado­s y esa actitud de anomia (indiferenc­ia y pasividad) ante lo ilegal y antiético.

No pueden ser “pabloescob­ares, carloscast­años, inglaterra­s y otroras timochenko­s”, ni tampoco defraudado­res del erario, quienes convoquen y sirvan de guía, ejemplo e inspiració­n para un país necesitado de dar el salto a la modernidad, los derechos y la paz, en una democracia legítima

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ILUSTRACIÓ­N

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